Para el filósofo español José Ortega y Gasset saber es “saber a qué atenerse”. Todos los humanos, a lo largo de la historia, han necesitado interpretar la naturaleza para saber qué hacer ante ella. Según el mismo pensador, “el hombre no tiene naturaleza, sino historia”. Un pulpo, un tigre o un insecto repiten una y otra vez el comportamiento de sus ancestros. Por el contrario, los seres humanos acumulamos y conocimientos y los transmitimos. Si hubiésemos nacido en una sociedad de hace miles de años, las explicaciones que tendríamos sobre la creación del universo y los elementos que lo conforman serían míticas. Las fuerzas de la naturaleza serían personificadas, antropomorfizadas, Creeríamos, como los griegos más antiguos, que el caos, la noche, la discordia, el amor y el odio eran fuerzas con conciencia, que intervenían en las vidas humanas. También creeríamos que los elementos no tienen un ser fijo, sino que pueden transformarse. Para los griegos, los dioses podían tomar todas las formas que quisieran. Dioses eran también el océano, los ríos (como el río Janto en la Ilíada) que podían hablar con los mortales y luchar contra ellos. Según Max Müller (1823-1900) los mitos no serían algo irracional y caótico, sino que poseerían una suerte de «lógica imperfecta» previa e inevitable para el desarrollo del lenguaje; los mitos serían pues, «un mal necesario», una «enfermedad del lenguaje», un «balbucear del infante» que, aun no siendo completamente ilógico, sigue siendo un chapurreo, un mero «nombrar cosas o acciones». De acuerdo con el rumano Mircea Eliade (1907-1986), el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los ‘comienzos’.
Pensamiento filosófico. La filosofía también nació, como el mito, del asombro del ser humano ante la naturaleza. Pero esta vez se trató de explicar los fenómenos mediante principios más racionales, sin dejar del lado, del todo, a los mitos. Los primeros filósofos de occidente fueron los milesios, y el primero de todos fue Tales de Mileto. Estos se dieron a la tarea de hallar un principio único, un elemento primordial del cual surgieron los demás elementos de la naturaleza. Para Tales fue el agua, para Anaxímenes el aire y para Anaximandro, el apeiron. Plantearon que unos elementos nacían de otros por licuefacción o rarefacción. Pero no estaban desprovistos de ideas míticas, para Tales, por ejemplo, “todo está lleno de dioses”. El pensamiento mítico y el filosófico se fueron separando lentamente en Grecia.
Nos cuenta Bertrand Russell que el campo de acción del filósofo es una especie de tierra de nadie que se encuentra entre la ciencia y la religión. Las grandes religiones monoteístas, la musulmana, la judía y la cristiana, son dogmáticas. Sostienen que hay verdades indiscutibles que han sido obtenidas por una revelación y avaladas por una casta sacerdotal. La ciencia muestra conocimientos obtenidos mediante el método científico y avalados por la comunidad científica. Las religiones dan una explicación total del mundo, de lo que hay y de lo que no hay que hacer, orientan al humano en su comportamiento, pero los dogmas de donde parten no son indiscutibles ni seguros. Las verdades científicas no explican por completo el universo ni nos pueden orientar en nuestro comportamiento. Pero el ser humano continúa en su búsqueda de una explicación total del universo que le sirva para orientar su comportamiento, esa búsqueda se llama filosofía.
Ciencia. La palabra ciencia proviene del latín scire, saber. Es un saber obtenido mediante el método científico, aceptado por la comunidad científica. Para Mario Bunge la matemática y la lógica son ciencias formales (del latín forma, idea). Trabajan con ideas, tienen un método axiomático, demuestran, poseen un sistema de signos y reglas para combinarlos), Son exactas, como la aritmética, porque el ser humano ha creado las reglas para combinar esos signos. En cambio las ciencias fácticas (factum, hecho) o empíricas utilizan el método científico, trabajan con hechos, no con ideas, y verifican. Entre las ciencias fácticas hay algunas que llegan a leyes, como la astronomía, la física, la química (nomotéticas) y otras no llegan a leyes, como las ciencias sociales. Son falsables, es decir, siempre puede haber un experimento que las compruebe o desmienta.