Revista Cultura y Ocio

Pensamientos libres

Publicado el 27 febrero 2015 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Aquella mañana, en un campo lejano, se había dado un evento grandioso, la tierra había germinado aquella semilla, que hizo que diera comienzo a un pequeño árbol. Era hermoso, en su pequeño tronco se notaba la bello que seria y en su única hoja, su grande resplandor.

Aquel pequeño arbolito creció muy bien durante los primeros años de su vida, estar rodeado por aquellos dos grandes seres hizo que su crecimiento fuera perfecto, o al menos así él lo sentía. Desafortunadamente, una serie de tormentas lastimó tanto a sus dos guardianes, que con el tiempo, no pudieron estar ahí como antes lo hacían. Su presencia siempre la tuvo, de eso nunca quedó duda, pero con el tiempo no pudieron darle la protección que se requería. En tiempos de sol, ya no pudieron brindarle la sombra adecuada, y en tiempos de aire y tormenta, fue inevitable que este pequeño árbol no sufriera a causa de ello.

El pequeño siguió creciendo, pero desafortunadamente, estos eventos afectaron el ritmo con el que crecía. Se dobló un poco, algunas de sus ramas no se desarrollaron como se suponía, y su tronco se torció algo, no creciendo tan recto como lo hacía.

El tiempo pasó, y este pequeño árbol se hizo todo un gran árbol, tal vez durante este tiempo pasó por muchas dificultades, hubo momentos en que el árbol deseo ya no seguir con esta vida, pero esta tierra que le dio la vida, jamás lo dejo de alimentar, jamás lo dejo de amparar, tenía sus raíces muy firmes a ella, aunque él no se diera cuenta.

En su plenitud fue hermoso, siempre su resplandor estuvo acompañado de él. Muchos forasteros lo usaban para que les diera sombra, y el árbol jamás se las negó, ya que para él siempre fue importante sentirse útil, que a alguien más le importaba, aunque muchos de estos forasteros solo lo usaban para un momento, incluso muchos se llevaron hojas y ramas de él, ya que su hermosura era única en todos los arboles conocidos.

Poco a poco, nuestro amigo se fue debilitando a causa de la pérdida de sus ramas y hojas, ya no resistía con esa firmeza los eventos que la misma naturaleza le había puesto; eventos que la naturaleza no pone para exterminar, sino para hacer más fuertes a sus hijos. Tantos forasteros habían hecho uso de sus hojas, que prácticamente habían acabado con él.

Un día llego un niño, este pequeño no era como los demás, muchos niños de su edad acostumbraban a realizar diferentes actividades, pero ninguna relacionada con el contacto a la naturaleza. El árbol ya había perdido sus años bellos, ya no tenía tantas hojas como solía hacerlo, y su belleza ya había quedado en segundo término, y no tanto porque no lo fuera, sino porque él mismo no se sentía así, es por eso que ya no brillaba como antes.

 Aquel niño lo primero que hizo fue darle agua, hace mucho tiempo no sentía este cariño, hubo forasteros que se apiadaron de su estado, pero después de recibir la sombra que querían, lo abandonaban.

No puedo explicarte que vio el niño en él, pero te aseguro que lo que haya sido fue maravilloso. Aquel niño lo cuido, cortaba sus ramas rotas, e hizo lo imposible para que ese árbol volviera a crecer. Pasaba las tardes con él, incluso en las más calurosas jamás lo abandonó.

Un día, el árbol retomo algo de fuerza, y dio una rama hermosa, como las que solía hacer antes. Fue una gran motivación para él, ya que le dio esperanza, le dio motivos para creer de nuevo que podía regresar a lo que él solía ser antes. Sorpresivamente este niño la arrancó. Aquel día el árbol sintió mucho dolor, no entendía por qué después de tantas muestras de cariño, este niño había acabado con su única esperanza de creer de nuevo.

El árbol se fue secando poco a poco, hasta el punto de morir. Cuando sentía que entre sus ramas corría la última gota de vida, paso algo curioso… fue como si despertara de un sueño, como si ahora se viera desde lo externo que estaba ahí, acabado sin vida. Fue un momento de confusión, no entendía por qué le estaba pasando esto, “tal vez así es la otra vida” –llegó a pensar- pero en realidad era otra cosa. Aquel niño al ver que había logrado que árbol diera una rama buena, la cortó para plantarla y esta diera raíz, no quería que se contaminara del árbol que había pasado ya por mucho, e hiciera que perdiera su luz, su belleza.

El árbol se dio cuenta que el niño le había dado otra oportunidad de crecer, de nacer de nuevo. Cuando por fin entendió todo, a su lado, había una nota, la letra en ella se notaba que era de su pequeño ángel, y decía: “ahora puedes corregir los errores que no te dejaron crecer como querías, solo te he dejado el recuerdo de tu vida pasada, no para que te atormentes al verlo, si no para que recuerdes lo que has pasado, y no lo vuelvas a hacer. No pierdas tu esencia, y da sombra a los que se acerquen a ti, pero sin que ellos te arranquen algo de ti.”

Su vida de árbol no duró lo mismo como si hubiera sido la primera vez, pero al menos los años que vivió, dio la sombra que debía dar, sin dejarse lastimar. Y vivió feliz.

Por Abinadí Hita


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