Mientras la serie principal de Civil War tomaba camino en los siete cómics centrales que la componen, el resto de superhéroes desarrollaban sus propias historias, paralelas o no, en sus entregas independientes. The Punisher trabajando en la sombra, Lobezno haciendo de vengador solitario, y La Cosa huyendo a París para dejar de lado una guerra en la que no podía identificarse con ningún bando. Allí Ben Grimm encontraría un grupo de superhéroes locales, con los que mantendría esta charla:
- A ver, ¿cuál es el problema? ¿Una agencia gubernamental supersecreta que se ceba en su propia gente? ¿Una conspiración multinacional? ¿Una guerra de héroes donde no se puede confiar en nadie ni saber de qué parte están?
- … L’empereur du monde souterrain, el emperador del mundo subtarráneo, ha reunido un ejército de criaturas de roca que abrirán un túnel bajo París para destruirla. Ahora mismo están…
- Sniff…
- ¿M’sieur Grimm? ¿Está…?
- Estoy bien. Es sólo… es como en los viejos tiempos.
Como en los viejos tiempos. Galactus, el Hombre Topo, Silver Surfer. Tipos que había que detener. Y punto. En esa sencilla premisa sí es posible edificar la historia de tres hombres y una mujer que se estiran, se vuelven invisibles, se convierten en llamas o están hechos de roca. Mientras, si Spiderman representaba los problemas y las dualidades de cualquier adolescente estadounidense o el increíble Hulk hacía referencia al temor nuclear, Los Cuatro Fantásticos hablaban de un pilar nacional esencial: la familia americana.
Estas dos identidades, la esencia que define al grupo de Marvel, no aparecen ni por asomo en la película de Josh Trank estrenada este verano. Ese y no otro es el error cometido: más allá de que la película sea más o menos acertada, la pregunta es si es pertinente intentar actualizar a una familia de superhéroes en forma de cuatro adolescentes entre los que no hay ni vínculos de sangre (Susan y Johnny son hermanastros en la película) ni conyugales (Reed y Susan no se casan y tampoco se profesan excesivas muestras de afecto).
Ahora bien: no se puede juzgar esta cinta tan solo como una adaptación fallida. Una vez superada la decepción inicial nacida de nuestro lado más conservador, hay que admitir aciertos en el producto, y varios. Esa duración aparentemente en exceso reducida es en realidad una decisión acertadísima: no cede tiempo a interminables epílogos que busquen cerrar todo a la perfección y, aunque convierta las escenas de acción y la batalla final en una simple anécdota, deja al espectador con ganas de más. El grueso del relato es una correcta presentación tras otra de personajes muy reales, con una estética diferente y cautivadora.
Vaya, que uno se come sus palomitas y ni tan mal.
Se ha criticado Los Cuatro Fantásticos en exceso. Críticas entendibles en primer lugar, por una tardanza en su modelo de adaptación: una vez estrenada The Dark Night Rises ya quedaba poco espacio para versiones oscuras de héroes de cómic. Por otro lado, tal vez la fiebre superheróica esté llegando a su fin y esta película represente el principio de una queja formal de crítica y público hacia grandes estudios sin muchas ideas. Sea como sea, Los Cuatro Fantásticos de Josh Trank no se merecen jugar este papel apocalíptico en la historia más de lo que se lo merecieron Thor 2, Iron Man 2 o el tercer Spiderman de Sam Raimi. Como película es un blockbuster más que decente. Como adaptación… mejor ver Los Increíbles.