Revista Filosofía
Pensar la locura. ¿Por qué pensar la locura? Aún admitiendo que es un tema residual en todo pensamiento, hay que advertir la importancia que tiene, tanto para iluminar la naturaleza de la inteligencia humana como para acceder a una mejor comprensión de lo que para nuestras sociedades sigue siendo una lacra difícilmente combatible.
Comprensión-verstehen- es justamente lo que no nos pueden ofrecer ni las neurociencias ni la psicología actual para acercarnos de manera empática a este fenómeno. Comprensión frente a explicación- una explicación que no aclara nada, que nos deja en la más oscura de las indecisiones-, de modo que no sólo podamos describir el fenómeno en sus términos compositivos, sino que podamos ahondar en su dimensión significativa-pues, por mucho que este término, nuevamente, esté devaluado, es por ello mismo irreductible en su mínima expresión-.
En lugar de tratar de alcanzar directamente una esencia de la locura difícilmente accesible, sería mejor apuntar algunos rasgos suyos que nos podrían hacer más comprensible este fenómeno. Filosóficamente, la locura tiene una mayor importancia. En términos ontológicos, la locura no es sino el error que incluye la posibilidad como un aspecto de la realidad efectiva; pero ello no dice nada sobre su carácter patológico. Filosóficamente, se justifica mucho mejor, como una desorganización del pensamiento, como un cálculo erróneo. Wittgenstein, por ejemplo, nos la propone como un “cambio de carácter más o menos repentino”. Pero esto es vago, puesto que, en primer lugar, la locura no acaece sin más, sino que exige sus propios procesos; y en segundo lugar, parecería demasiado simple verla como un cambio de carácter.
No es posible aquí ahondar en este tema. Lacan decía que “pensar la locura es ya una locura”. La locura sólo aparece como algo horroroso a ojos de quienes carecen de miras filosóficas. Para éstos comporta una dignidad mayor. “¡Sólo loco, sólo poeta!”, nos cantaba Nietzsche. La locura conoce la paradoja de surgir de aquel lugar del que surge la mayor de las virtudes humanas para muchos hombres, es decir, la razón. La locura no proviene de algún lugar inexplicable que nos resultara por ello temible en su desconocimiento, sino precisamente de aquel ámbito que mejor conocemos: nuestra propia racionalidad.
Esta paradoja podría ser señalada como un rasgo primero en la comprensión de la locura. Veamos qué piensa al respecto la religión. Ya en el cristianismo conocemos la identificación selectiva entre ciertos estados espirituales y la locura; los éxtasis místicos nos dan la clave en este asunto y ejemplifican muy bien cómo la locura es respetada bajo ciertas circunstancias. Recordamos aquí los éxtasis de Santa Teresa, pero también los monólogos infernales de Lutero. Y, sin embargo, no hace falta recurrir a las religiones institucionalizadas. Para las religiones primitivas, la dignidad es superior. El sacerdote ha de tratar con ciertas entidades divinas para lo cual es imprescindible alcanzar estados tales similares a los que suponemos a los enfermos. No hace falta poner más ejemplos acerca de esto.
En último lugar, podríamos ver el problema desde la perspectiva existencial. Existencialmente es justificable que el hombre reclame un sentido que no encuentra en un mundo desprovisto de esta función. Semejante observación puede llevar a que alguien suponga un orden bajo los fenómenos que sus semejantes en sociedad no reconozcan. Tal es el origen de algunas religiones, pero también de muchos internamientos.
Relacionado con la perspectiva existencial está de nuevo la ontológica. La filosofía, si ha demostrado algo, es que la esencia del mundo está en primer lugar indeterminada. El concepto de causa sui no se ha abandonado porque fuera “superado”, sino porque se ha hallado imposible acceder a su determinación. Por tanto, toda ilusión sobre la esencia del mundo es, primero posible, y, en segundo lugar, justificable, aunque no sea razonada, toda vez que su negación no es demostrable.
Si la locura tiene todos estos atributos, tal y como los describimos, ya es pensable como problema. Si la locura tiene estas propiedades, se convierte en sí misma ya en un problema no marginal, sino en un problema esencial. Lo que se deriva de la consideración de estas propiedades tiene como consecuencias, 1) que la locura tiene una íntima relación con la racionalidad, 2) que la locura tiene una íntima relación con lo sagrado, con lo que es más importante para el hombre, y 3) que la locura tiene una íntima relación con la constitución ontológica (última) del mundo.
Quizás desde estas tres perspectivas- no son las únicas- se pueda iluminar y dignificar el problema de la locura más allá de las descripciones áridas – y en último término, insuficientes- de las ciencias psicológicas contemporáneas.
LOS COMENTARIOS (2)
publicado el 27 enero a las 10:20
Que inteligencia delatan tus palabras! Me has dejado sin ídem
publicado el 27 enero a las 10:14
Ehjm !!!!!!! Azí es aspi.