Revista Opinión
¡Cuánto echa en falta uno un referendo sobre si la religión debe seguir o no dentro del sistema educativo! Una parte de la sociedad interpreta como regresivo que se mantenga en escuelas públicas la enseñanza confesional de la religión -no su estudio, sino su pastoral; es importante el matiz-. De entre estos ciudadanos, algunos radicalizan su posición: en ningún caso debe darse religión en las escuelas, sea un área impartida bajo arbitrio de la Iglesia o sin él. La religión debe eliminarse de la escuela. Sospechan la inclusión de esta área como un adoctrinamiento inquietante de la ciudadanía. Otros, más moderados (entre los que me incluyo), están dispuestos a buscar un consenso: religión sí, pero dentro del currículo oficial, ya sea como área aparte o contenido trasversal, presente en algunas las áreas de estudio; pero en cualquier caso impartida por titulados, sin control ni injerencia de las instituciones religiones. Y ecuménica, es decir, dar a conocer la diversidad religiosa y sus tradiciones e importancia cultural, así como valores de respeto hacia las diferencias en materia de confesión religiosa. Esta es una de las funciones esenciales del sistema educativo. La escuela como espacio de convivencia. En el otro lado del espectro, están aquellos que defienden el mantenimiento de la religión católica dentro del sistema educativo. También entre éstos hay de todo. Los más radicales no solo piensan que debe mantenerse, sino reforzarse. Es el caso de la Conferencia Episcopal, quien ve en ello una evangelización frente a la pérdida de valores en una sociedad democrática cautiva de su permisividad y ausencia de referentes últimos. Entre los moderados, defensores del mantenimiento de la religión católica en las aulas, están aquellos que defienden que ésta debe darse con respeto y libertad, fomentando el carácter ecuménico y tolerante del cristianismo. No creen en la imposición cultural, pero sí en la importancia de ofrecer a través de la escuela un servicio a aquellos que quieren mantener viva su fe, sin detrimento del diálogo entre religiones. No es raro encontrar entre numerosos profesores de religión fieles a esta actitud pedagógica, compatible con un laicismo moderado, no beligerante. El abanico es variado, nunca homogéneo, por mucho que determinados grupos de presión quieran pintar el tema del color de sus afectos. Se hace necesario el consenso de una ley sobre libertad religiosa, respetuosa con la diversidad cultural de la ciudadanía, pero valiente. Cierto que no podemos seguir con el actual modelo, pero tampoco aceptar extremismos regresivos. Quien aquí escribe se niega a aceptar que no sea posible concebir la escuela como un espacio de diálogo sobre religión (y muchos más asuntos de interés público), pero sin imposición ni segregación. El actual modelo y aquel que defienden de manera radical ciertos grupos de presión, dificultan esta voluntad de tolerancia, convirtiendo la escuela en reflejo de la polarización de discursos, en su mayor parte politizados y teledirigidos con alevosía. Se divide a los alumnos por opciones, en vez de ofrecer un modelo que permita la convivencia entre diferentes afectos espirituales, que sirva de laboratorio de tolerancia para la vida diaria. Para que este consenso tenga efecto, ambos extremos deben encontrar un punto medio de encuentro, y ceder ambos algo en su intransigente estancamiento.