Si sos muy bueno en lo tuyo -seas zapatero, músico, ingeniero, o cualquiera que sea la función- pensá en qué sería de vos, de tu familia y de tu forma de vida si faltaran todos los demás “funcionantes” que te rodean y que te mantienen en lo tuyo: empezando por los que te proveen de las materias primas o elaboradas para tu tarea, siguiendo por los que adquieren los servicios que ofrecés, y continuando por los fundamentales anónimos que te permiten la vida: los que te hacen llegar el agua, el gas y la electricidad a tu casa, la limpieza a tu pueblo o a tu ciudad, la educación a vos o a tus hijos, el alimento a tu mesa, la comunicación a tu teléfono o a tu fax, la información a tu computadora o a tu módem, la actualización de lo que pasa en el resto de mundo a tu mente, los conocimientos innovadores a tu espíritu.
Si ellos faltaran, estarías tan incompleto como un náufrago recién llegado a una isla desierta. Y, a menos que hubieras decidido renunciar a la sociedad, es muy probable que percibieras repentinamente tu vida como un caos, que las cosas tan familiares empezaran a carecer de sentido, y que tu función ya no fuera empleable en ese poco hospitalario mundo despoblado.
Te sentirías como una célula del cuerpo, que cumplía activa y orgullosamente su función… arrojada de repente fuera del cuerpo del que formaba parte.
Si pudiéramos ir cobrando conciencia de que formamos parte del gran cuerpo social y de la vida de nuestro planeta, empezaríamos a extrañar dolorosamente todas aquellas funciones “inferiores” que antes habíamos ignorado o despreciado.
Es probable que la comprobación de ser uno entre millones ataque duramente nuestro narcisismo, nuestro ego que quisiera ser el primero y el único, con los demás admirándolo o sirviéndolo reverencialmente desde abajo. Pero esa es solamente una ilusión -innumerablemente compartida- que sólo trae daño y dolor creciente a nuestra vida y a la de los demás.
En cambio, el ir desarrollando la conciencia de parte, el empezar a tomar conciencia de que somos parte de algo mayor, al que servimos y por el que somos servidos, nos abre la espléndida puerta hacia el futuro consciente. Que es aquel en el que nos impulsamos a crecer juntos, comprendiéndonos cada vez más, ayudándonos y complementándonos. En lugar de crecer separados, hipertrofiándonos y aislándonos: trayecto inverso que nos lleva directamente… hacia atrás y hacia abajo. Porque el futuro consciente es juntos. Hacia delante y hacia arriba.
Esto se logra con un ingrediente muy sencillo que se llama humildad. Te impulsa a ser bueno en lo tuyo y a disfrutar y admirar también a otras personas que hagan cosas totalmente distintas, asombrándote de cuanto te pueden enseñar y cuánto te pueden hacer descubrir respecto de cosas que no tenías la menor idea de que existían.
Emerson decía:
“Todas las personas que conozco son superiores a mi en algún sentido. En ese sentido, aprendo de ellas.”
Lic. Amalia Estévez – Las Doce Etapas de Nuestra Evolución
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