Revista Opinión

Penúltima respuesta a Adrián Massanet

Publicado el 02 septiembre 2012 por Romanas
Penúltima respuesta a Adrián Massanet Dos de los más grandes filósofos de todos los tiempos, si no los más grandes, han titulado sus obras cumbres casi de la misma manera: Ser y tiempo. El ser sólo existe realmente en relación con el tiempo y el tiempo sólo puede ser percibido por el ser humano.
De modo y manera, mi querido jenízaro Adrián Massanet, que tú y yo nos hallamos separados por una distancia cuasi infinita, el jodido, el canallesco, el maldito tiempo, lo único que no podremos reponer nunca.
Decía hace poco por aquí que yo no creo en los sacerdotes, ni tampoco en los jueces, ni mucho menos aún en los políticos, ni, pero qué loco que estoy, en los jodidos científicos que venden su sabiduría al mejor postor, ni tampoco en los médicos que han estado ya varias veces a punto de matarme, ni siquiera en los filósofos a los que acabo de citar, que sólo creo en los jodidos poetas porque éstos piensan con el puñetero corazón lo que es absurdo y, por lo tanto, artístico, poético.
No tengo tiempo para nada ni siquiera para vivir, si lo hago es porque este jodido impulso que nos empuja a seguir respirando es completamente autónomo y me lleva ahora a contestar al que seguramente de todas las personas que he conocido me produce una mayor satisfacción porque este viejo chocho, absolutamente inútil y ya casi ágrafo, se ve en cierta medida reflejado en él, con esa misma locura, santa locura, que él siente por el cine, locura que a mí, para desgracia mía, me dejó hace ya demasiado tiempo.
El cine, si es bueno, no es que sea la vida, es mucho mejor que ella. Porque, en él, todo sucede, al fin, como debe de ser y éste es un imperativo que, como ético, supera a cualquier otro como  éste que busca desesperadamente morirse ya de una vez en medio de un ansiado “dolce far niente” en el que yo ahora, sin tiempo ya para nada, quiero refugiarme y que no sé por qué a mí me recuerda al mejor Sócrates, no sólo porque dijo aquello de sólo sé que no sé nada sino también por la jodida muerte que tuvo.
 Nuestras vidas son los ríos que van a parar al mar, que es el morir. De manera que yo ya estoy en la misma orilla del océano. Por eso me congratula tanto comprobar que no voy a estar tan solo como yo temía cuando inicié esta aventura internáutica, en cuyo momento escribí mi primer post creyendo firmemente que nadie lo iba a leer.
 Verás, Adrián, cuando yo tenía tu edad, que, por cierto, no se cuál es, el cine no era sino toda mi puñetera vida porque no podía vivir de ningún otro modo, de manera que puede decirse que el cine, eso que ahora parece que detesto, me ha hecho lo que soy y como soy, pero sucede que, ahora, tengo un problema, un sólo y único problema: el tiempo. No tengo tiempo para nada y a la vez siento la ineludible necesidad de, por lo menos, intentar hacerlo todo.
 Y todo ¿qué puñetera cosa es? Una pregunta así sólo puede responderse con una tautología: todo es todo.
 Verás, Adrián, no hay nada más hermoso en el mundo que un buen fotograma en una hermosa secuencia de una buena película, pero toda esa belleza, toda esa hermosura no es nada junto a un sólo instante del dolor de un sólo hombre, de una sola criatura humana.
 He tardado 83 jodidos, puñeteros, asquerosos años en aprender sólo esto. Toda la grandeza sinfónica de Apocalipse now, o ese cerrado y perfecto mundo del Cuarto mandamiento, no valen lo que un sólo momento de la agonía insoportable de un hombre o de una mujer que, además, pueden ser tu padre o tu madre, tu mujer o tu hijo. Junto a este dolor, a esta desolación, las más hermosas secuencias del cine como los logros de cualesquiera otro arte sólo son juegos de artificio, bellos pero irreales.
Y la jodida, la puñetera realidad exige su durísimo tributo, se trata de un orden insuperablemente exigente de prelación. Yo entiendo perfectamente que tú, e incluso ese jodido y entrañable Futbolín, la mejor persona quizá que yo he conocido en mi vida, tengáis, queráis tener el tiempo suficiente para ver The Wire y, además, vivir.  Yo, no.
No soy hipocondríaco, pero, cada día, descubro en mi puñetera anatomía síntomas inequívocos de que se acerca el final, aparte de que cada hora, cada minuto, cada segundo tengo que atender y resolver esa lenta y terrible agonía que sufre mi esposa.
Volvemos a las prelaciones. Si yo le robo a  mi mujer un sólo minuto, si malgasto una sola de mis intempestivas horas, en la madrugada o cuando triunfa la noche, en escribir todas estas cosas que escribo, es porque pienso que ello tal vez pueda ser útil para que uno de los que las leen vea ese poco de luz que en el momento de su muerte dicen percibió Goethe: “todo es luz”.
 Nada me gustaría más que pedirle a Futbolín, que dice que va a venir pronto a verme, que me traiga un Dvd con todos esos episodios de The Wire y hacer como él, novillos, a éstos que considero mis últimos deberes. No sólo sería más placentero sino también más fácil, pero creo que, de hacerlo, mi semejanza con el viejo Sócrates, murió a los 70 años, creo, desaparecería totalmente.
 De modo que me temo que no veré nunca The Wire ni acabaré nunca El Códice secreto, una falsa autobiografía de Da Vinci, que empecé a escribir hace ya muchos años y que daría cualquier cosa que no fuera tiempo por concluir.
 En fin, en otra vida, tal vez, será. Ahora tengo que seguir cuidando de mi mujer no sólo porque la quiero más que a mi vida, sino porque un día le prometí cuidar de ella en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separara y la barca del jodido Caronte hace ya demasiado tiempo que se halla atracada en mi puerta.
 Un abrazo, mi querido jenízaro.

Volver a la Portada de Logo Paperblog