Desde que José Luis Rodríguez Zapatero ganó las elecciones generales de 2004, tres días después de los atentados del 11 de marzo en los trenes de Madrid, han pasado trece años y cuatro meses.
Zapatero ahora parece más prudente y con un sentido de Estado del que carecía al llegar al poder, incluso casi ocho años después, cuando dejó España desmoralizada, en la ruina económica y con un desprestigio internacional desconocido desde el franquismo.
Olvidado este primer Zapatero reaparece como secretario general del PSOE Pedro Sánchez con una impericia, impertinencia y ambición mucho mayores, añadiéndoseles rencor y revanchismo.
Derrocado en octubre de 2016 por los viejos sabios del PSOE por su desenfreno irreflexivo, volvió siete meses después reelegido por una militancia radicalizada, difícil de distinguir de la ultraizquierda podemita.
Alegando su rechazo más visceral que político a Mariano Rajoy quiere atraer al independentismo catalán, crecientemente irracional, prometiéndole trocear España en una suma de naciones aisladas cultural y emocionalmente.
Pero, cómo pueden prometer ahora cambios constitucionales en medio de una crisis febril quizás terminal de los nacionalistas si una ley menos importante no se legisla “en caliente”.
Todo demócrata por muy opositor que sea debe apoyar al responsable actual de defender el Estado, el Gobierno –como haría el socialismo de los sabios defenestrados—, en sus denuncias judiciales contra las ilegalidades de la Generalidad independentista.
Pero Sánchez, junto con el moribundo PSC, quiere apaciguar el secesionismo restaurando el Estatuto catalán de 2006, el de “lo que tú pidas, Pasqual” de Zapatero a Maragall, que fue invalidado en gran parte por el Tribunal Constitucional en 2010.
Si era inconstitucional seguirá siéndolo, y si se elaborara una Constitución pedrosanchista, lo que no podrían permitir PP y Ciudadanos, el Estado quedaría como el de los Cantones de la I República.
El cronista conoce gentes en Ombre (Pontedeume, La Coruña) que en esta situación le declararían la guerra a las parroquias colindantes, como la de Nogueirosa, y hasta a la menos próxima de Monfero, y que después ya arreglarían cuentas entre ellas mismas por antiguas rencillas familiares.
Sánchez, definitivamente, es mucho peor y más peligroso que el primer Zapatero, que al menos no era vengativo ni se guiaba por torvas ambiciones.
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SALAS