Revista Cultura y Ocio
Termino de leer la pieza teatral Pepe el Romano, de Ernesto Caballero, que en verdad no me ha aportado mucho, ni desde el punto de vista argumental ni desde el estilístico. Se trata, obviamente, de una revisión del célebre personaje que aparece fantasmalmente en La casa de Bernarda Alba, al que el dramaturgo madrileño otorga vida y permite expresarse. A su alrededor se encuentran, del otro lado de los muros de la casa de Bernarda, Evaristo Colín, el viudo de Darajalí, Maximiliano… y el propio poeta Federico García, que sufre en silencio o con resignación las insinuaciones de homosexualidad que se le lanzan por parte de los otros protagonistas de la obra.Nada descubrimos nuevo cuando se nos dice que Pepe está interesado en casarse con Angustias por motivos económicos, pero que siente una irrefrenable pulsión erótica hacia Adela, la menor de sus hermanas; y tampoco descubrimos nada en el hecho de que el gallardo y chulesco mozo las visita a ambas, en horas diferentes de la noche. Todo eso ya estaba en el texto lorquiano. Sí que adereza algo la obra el mundo emocional que encierra el viudo y, más aún, el final sorprendente de la pieza, con esa muerte abrupta que la salpica de sangre.Probaré con otro drama de Ernesto Caballero más adelante. Éste lo olvidaré muy pronto.