Su conciencia no podía soportarlo. Sentía un incesante “cri-cri” en su cabeza cada vez que estaba a punto de decirle al peluquero que acabara con su asilvestrada melena.
Le había prometido a su madre conservar su frondosa mata de cabello hasta después de casarse, pero necesitaba un agresivo cambio de imagen para conquistar a su futura media naranja.
Las tijeras acallaron la voz de su Pepito Grillo y el amargo sabor de boca que le había dejado la traición a su madre se endulzó cuando se contempló radiante en el espejo.
Mientras, de entre la maraña de pelo del suelo emergía un grillo asustado.