Recuerdo aquel incendio como si fuera ahora. Tendría yo 15 o 16 años y tengo grabada la imagen de la gente del pueblo haciendo cadenas humanas para tirar cubos de agua a las llamas y a mi padre mojando las paredes de casa con la manguera, "porque nos la comía el fuego". Y recuerdo aquel olor cuando todo acabó, cuando no quedaba nada más que ceniza y palos negros y un suelo caliente del que siguió saliendo humo durante varios días. Y con el fuego desaparecieron los lagartos y no volvieron. Y en las cenizas de carbayos, abedules, toxos y brezos, plantaron eucaliptos, porque según decían, por lo menos te dan algo. Y el monte de al lado de casa ya nunca volvió ser igual.

Hoy por la mañana, más de 40 años después de aquel incendio, me los encontré encima del cierre de casa. Allí estaban, una pareja de lagartos verdinegros tomando el sol. Él con su cabeza azul hacía guardia y ella con su cabeza gris me miraba de reojo. Habían vuelto y no se muy bien como llegarían, pero me alegraron la mañana y me recordaron aquel monte donde nos perdíamos cuando éramos niños, con sus carbayos, sus abedules y sus toxos de flores amarillas.
Mientras tanto, ahí siguen los eucaliptos, porque según me dicen ahora, cuesta más sacarlos de lo que te dan por ellos.
