- Un pequeño llora en el cochecito desconsoladamente mientras su madre hace las compras apresuradamente en una tienda de ropa. Los gritos del bebé empiezan a subir de tono y varios adultos la miran con cara de desaprobación… el llanto molesta. La madre se pasa la mano por la frente ansiosa y mese el coche con insistencia a ver si su hijo se calma, pero no lo consigue y opta por tomarlo en brazos, mientras siguen pasando adultos que niegan con la cabeza cada uno de los actos de la madre…
- En otro sitio dos niños revisan con curiosidad las frutas de los anaqueles del supermercado (sin dañarlas, ni hacer nada malo… solo están mirando), mientras otro mayor pesa varias bolsitas en la única balanza ocupada (de las tres del supermercado) con mucho esfuerzo mientras a sus espaldas esperan dos señores mayores con impaciencia y cara de enfado. Buscan a la madre con la mirada, y la encuentran con un bebé en brazos y metiendo las frutas en las bolsitas y de ahí al carrito de las compras y comentan con desaprobación que no entienden como tiene tantos hijos y no los vigila…
- Un niño en el parque de unos cuatro años llora porque quiere subir a una atracción, y su madre intenta consolarlo… su angustia crece al no poder conseguir lo que desea se lanza al suelo y comienza a patear y llorar con más fuerza. No hace daño a nadie, ni siquiera a el mismo, pero la expresión de su emoción molesta a los adultos del parque que se acercan para “regañarlo” y “aconsejar a la madre” sobre cómo debe actuar, y cuan dura tiene que ser al respecto…
¿Te ha pasado algo parecido alguna vez?
Vivimos en un mundo de adultos. La mayor parte de nuestra vida somos adultos, con lo cual la mayor cantidad de personas a nuestro alrededor tiene más de 18 años (como debe ser, para que la sociedad este sana) pero cada vez infravaloramos más la infancia.
Consideramos la etapa por debajo de los 18 años como un simple trasmite, que como seres humanos debemos cumplir. Un tiempo de preparación únicamente, donde no es necesario vivir el hoy, más que para “ser mañana”…
Como consideramos la niñez como algo util para el futuro, miramos mal los comportamientos normales de los niños, porque queremos que sean adultos “ya”. Cuanto antes mejor. Y si como padres permitimos a los niños, ser niños, y vivir la etapa que les toca, somos mal vistos socialmente.
Y llega la culpa…
Y el criar, lo mejor posible, pero sintiéndose culpable.
- Si mi bebé llora, es mi culpa, porque lo tengo muy consentido (en vez de: si mi bebé llora es porque está comunicándome su incomodidad o desacuerdo, de la única forma que sabe, o puede).
- Si mis hijos revisan, investigan, tocan es mi culpa porque los tengo muy maleducados, soy muy permisiva y les dejo hacer lo que quieren (en vez de: si mis hijos hacen todo eso es porque quiere aprender y porque desean ayudarme).
- Si mi hijo tiene una perreta (o rabieta), es porque lo tengo muy maleducado y no lo enseño a controlarse (en vez de: su cerebro aún no está listo para reconocer y lidiar con determinadas emociones y reacciona como mejor puede)
La presión social es inmensa hacia nosotros los padres, y lejos de ayudar, está interfiriendo en la felicidad de las familias y en el correcto desarrollo de las futuras generaciones.
Estamos convirtiendo pequeñas cosas en bolas de nieve que caen montaña abajo…
¿Pero sabes qué?
Hay cosas en las que puedes enfocarte, sin recurrir a la culpa. Porque cuando te culpas, asumes que sigues siendo parte de tu hijo, te ves como el centro de todos los problemas y dejas de ver a tu hijo como una persona independiente que necesita “algo” (en el plano emocional).
Simplemente céntrate en la necesidad emocional tu hijo (afecto, atención, comprensión, apoyo, etc.) y darle la atención que requiere y dejar a un lado cómo te sientes “tu” con ese comportamiento.
Deja de escuchar a otros adultos que definitivamente no conocen a tu hijo, ni a ti… o simplemente no están en tus zapatos, y no viven tu vida. Si hoy haces lo que te dicta tu instinto, al final del día, abras hecho lo mejor posible… quédate con eso, porque nadie tiene la verdad absoluta.
Y finalmente, toma conciencia de cuando te sientes culpable y acéptate como ser humano… luego cuenta hasta cinco y cambia ese pensamiento, para poder seguir tu instinto, olvidarte del entorno, y centrarte en las necesidades de tu hijo.
En conclusión, es cuestión de salirse del cuadro, dejar la culpa a un lado y no desperdiciar energía, que podría ser empleada en aprender. Porque la culpa también es una emoción, y así como tu hijo necesita manejar sus emociones más básicas, esta es una de las asignaturas pendientes de nosotros los padres.
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