La visita al médico confirmó mi ansiedad. El doctor, me recetó unos tranquilizantes, dijo que hiciera lo posible por estar calmado, y también que pasara gran parte de mi tiempo rodeado de naturaleza. Así que, me fui a vivir a mi segunda residencia, situada en el campo. Pasados unos días, noté los efectos sedantes de mi cambio de vida. La tranquilidad volvió. Una mañana salí a pasear por los alrededores y la curiosidad me llevó al cementerio del pueblo. Mi sorpresa fue enorme cuando vi una lápida con mi nombre. Pensé que se trataba de una casualidad, pero cuando retiré unas flores mustias, apoyadas en la cruz de la sepultura, vi mi foto impresa en una oxidada chapa metálica. No había error posible, era yo. Asumí pues, mi condición de muerto viviente con naturalidad, y siguiendo el consejo médico, procuré no alterarme, aunque esa noche, ingerí una dosis doble de tranquilizantes para evitar en lo posible las pesadillas.
Fran Laviada