Un cuento pequeño, haciendo honor a su título
Pequeñas ideas
En realidad, era todo muy sencillo. Debía ser así. ¿Qué tan complicado puede ser matar a alguien, cuando realmente se desea hacerlo?
Mariela se preguntaba esto mientras se bañaba. Y luego, mientras se vestía, comenzó a imaginar cuál sería la mejor manera de cumplir su deseo.
Fue alegremente a la cocina, a preparase el desayuno. Al prender la hornalla, el suave fuego la atrapó, y ella sonrió.
«Sí,» se dijo «podría hacer eso, prender fuego es tan fácil…»
Se acercó al fregadero dando pequeños saltitos, a llenar la pava de agua. Agua… Mariela la miró correr con fuerza dentro, y rebozando por el pico.
«Y él no sabe nadar», pensó. «Me parece que en el club al que va hay una pileta.»
Con el ceño fruncido, fue otra vez hasta la cocina y dejó la pava sobre la hornalla que se quejó de la humedad recibida aplastándola con fieros quejidos.
Sin embargo, Mariela no le prestó atención y se concentró en qué iba a comer. Tal vez unas tostadas con dulce… Buscó las tostaditas, sacó el frasco de dulce de la heladera y abrió el cajón de los cubiertos. Un cuchillo brilló sobresaltado.
Mariela lo tomó entre sus manos, era tan pequeño, tan liviano, y tan útil. Sacudió la cabeza luego de unos minutos.
—No —murmuró—. Necesitaría demasiada fuerza para... Aunque… A lo mejor con uno más grande… No, no.
Llevó su próximo desayuno a la mesa y fue en busca de una taza. Una de sus tazas preferidas, con aquella casi permanente mancha de mate cocido al fondo. Recordó que él tomaba café. Siempre café; negro, fuerte y amargo.
«¿Y si un día fuera un poco más amargo?» se preguntó Mariela. «¿Lo notaría?»
La pava reclamó su atención, y ella apagó el fuego. Sirvió el agua en la taza, todavía pensando en su última idea.
—¿No te falta algo? —dijo una voz masculina de repente.
Mariela se sobresaltó.
—¿Qué?
—El sobre de mate cocido —dijo Daniel señalando la taza—. Te faltó ponerlo.
—Ah, sí —sonrió vacilante Mariela—. No sé dónde tengo la cabeza.
—Debes prestar más atención a lo que haces —Daniel se sentó a la mesa—. ¿Cuántas veces voy a tener que repetirte eso?
—Ya no más, querido —Mariela sacó otra taza de la alacena—. Te prometo que esta vez fue la última.