
Como poco sentido tiene despreciar la importancia del marketing cinematográfico por muy poco que interesen sus tácticas, habría que decir que muy ambiciosa de todas formas no era la idea ese año de 1992 en que "Innocent blood" coincidía en las carteleras con otro thriller perturbador y surreal como "Twin Peaks: Fire walk with me" de David Lynch, al que incluso superaba y cuando estaba aún muy fresco el recuerdo de "Goodfellas" de Martin Scorsese en las pantallas, a la que, además de poner del revés, sacaba varios colores y sobre todo uno fundamental, el de la comicidad. Supongo que con un background tan poco serio como haber debutado con films cafre-musicales protagonizados por un fanático del soul y del rnb que era la personificación del punk como John Belushi y luego haber reincidido con otras estrellas del mítico programa Saturday Night Live - ¿con los que también rodaron Jim Jarmusch, Paul Thomas Anderson, Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Robert Altman, Terence Davies o los hermanos Coen? - continuar con videoclips para un entertainer tan legendario ahora como poco respetado entonces llamado Michael Jackson - ¿no cayeron también en tan vulgar medio, sin ir más lejos, el propio Scorsese con el Rey del Pop o Lynch con NIN? -, y especialmente teniendo tan reciente en su haber de 1991 un film llamado "Oscar" ... candidato a varios Razzies que ni siquiera ganó, Landis no podía ni debía aspirar a tanto.
Pero como una película es lo que resulta ser y no lo que se esperaba de ella o de su director y a veces el inescrutable destino reserva laureles a quienes los merecen, contra todo pronóstico (¿para qué sirven los pronósticos?) "Innocent blood" fue y sigue siendo una de las obras más brillantes de su tiempo y una de las más divertidas.





Y qué sensacionales escenas con grúas - que, ay, pierden parte de su poder en pantallas pequeñas - y cuántas cosas admirables más que podríamos recordar con la condición de que no comparezca la aborrecible indulgencia reservada a films cómicos y films de terror (más extendida aún, a la mezcla de ambos), nadie vuelva a sentirse un niño - ¿quién se hace más preguntas que un niño y quién quiere ser un niño con Parillaud en imagen? - y todas esas patrañas que la rebajarían al instante.
A Landis hay que pedirle la misma fe en sus imágenes que a los demás, de la misma manera que él confía en las de Terence Fisher, James Whale o Alfred Hitchcock que desfilan por su película un poco como advertencia a incrédulos o en la presencia de Forrest J. Ackerman como extra.
Las caricaturas y las bromas debieran ser tan sólidas como las escenas dramáticas y no es mala señal precisamente que resulte llamativo que en la persecución por el puente se note mucho la típica disposición de los coches figurantes para que maniobren los de los protagonistas, una nimia decepción espacial casi impropia para el film.
Lo que no debiera extrañar a nadie es que, tal y como sucedía en "An American...", ese respeto ganado por "Innocent blood" escena a escena, su entusiasmo en escenificar lo imposible y su cuidado para salvaguardar lo auténtico, florezcan en una breve, intensa y por fortuna esta vez no trágica, historia de amor.