Ayer pudimos disfrutar de una fabulosa tarde de playa. Estaba yo allí tumbada, sobre la toalla, viendo como Bicho se remojaba en la orilla, pensando en que si hace unos años alguien hubiera pronosticado ese mismo momento, me hubiera reído a carcajadas. Porque, hace tan solo dos veranos, Bicho no soportaba el tacto de la arena, hasta el punto de que no podía ni tocarla. Os imagináis que planes como estos eran verdaderamente impensables.
Pero ayer me vi allí, y tuve ganas hasta de llorar de la emoción, porque por fin puedo decir que no se nos resiste ninguno de esos planes al aire libre que os propuse en su día y pude ver disfrutar a mi hijo en la arena.
Autismo y arena: ¿Qué puede ocurrir?
Como sabéis, muchas personas diagnosticadas de autismo tienen hipersensibilidad a las texturas granuladas, arenosas y/o aceitosas. Esta hipersensibilidad les produce tal asco que no pueden tocarla, lo que limita mucho las actividades que pueden hacer. Mi hijo, por ejemplo, tenía mucha aversión al tacto de la arena, por lo que ir a la playa era un plan imposible para nuestra familia.
Autismo y terapias: Una relación muy beneficiosa
No obstante, las terapias continuadas en el tiempo dan sus frutos (con paciencia, pero los dan) y gracias a ellas, Bicho ha podido abrir su rango de tolerancia hacia texturas que le producían mucha aversión en el pasado. Los avances son claramente visibles en su día a día, hasta el punto de poder pasar una tarde en la playa disfrutando de la arena y las olas.
El año pasado ya hicimos una aproximación, y aunque mi hijo no la rechazó, lo noté un tanto estresado. Este año ha sido él quien me ha pedido realizar este plan, y me ha vuelto a sorprender: Ha disfrutado como otro niño cualquiera, haciendo castillos, montañas y palpando la arena húmeda por las olas.
Además, la arena es una herramienta muy útil para mejorar la psicomotricidad fina, pues necesita del esfuerzo de todos los dedos para su manipulación. Aquell@s peques que la toleran tienen un efectivo recurso del que beneficiarse.
Y así pasamos nuestro ratito en la playa
Os podéis imaginar mi reacción al momento en que me dijo «mamá, vamos a la playa«.
No le di tiempo a que lo pensara. Nos enfundamos nuestro bañador, cogimos las toallas, el cubo y las palas y para allá que nos fuimos, dispuestos a materializar uno de las 30 tareas para hacer este verano que os ofrecí el otro día.
Tan solo estuvimos dos horas, pero fueron dos horas bien aprovechadas. Nos llevamos fresas para merendar y pasamos una tarde fresquita y muy divertida.
Yo no daba crédito a lo que veía, estaba tan alucinada de ver a mi hijo tan tranquilo y feliz en la arena que creía que los ojos se me estaban saliendo de las órbitas.
Sin duda, poder pasar un día en la playa es uno de los pequeños grandes avances de los que os hablaba el otro día y que tanto me gustan. Porque, dentro de que el TEA no se cura ni desaparece, debemos intentar que las personas que sufren de esta condición estén lo más integradas posible en la sociedad y en el ambiente que les rodea y que las limitaciones que puedan tener sean cada vez menos limitantes. Gracias a las terapias y al trabajo que estamos realizando en casa, estamos obteniendo muchos resultados, como por ejemplo, este.
¿A vuestr@s hij@s TEA también le cuestan horrores estos planes? ¿Cómo lo lleváis? ¡OS LEO EN COMENTARIOS!
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