Yo intentando convencer a una niña de que mis intenciones eran honestas
Episodio 1 ( La "judoka")
(Mantengo oculta la identidad real de la susodicha por el riesgo a que me lea por accidente, el mundo es un pañuelo)
Eran tiempos de instituto.
Teníamos unos 14 o 15 años y como todo el mundo sabe estábamos tontos perdidos.
Por aquella época existía el BUP y el COU, nosotros pululábamos por primero de BUP.
Era clase de inglés. Nunca nos han enseñado bien inglés, desde los colegios en los que la misma persona impartía 5 o 6 materias a estos tiempos que relato donde nos tocó sufrir a verdaderos incompetentes, entre ellos destaco al del pelo de punta rojo, íntimo de mi amigo Ricardo.
Esta historia se refiere a la actividad de otra profesora, una separada alegre que me pedía que la llevara en brazos a clase.
Puede parecer algo absurdo, y lo era.
La reconozco la ineficaz intención de querer enseñarnos algo más que sus nefastos predecesores.
Nos hacía elaborar redacciones con personajes de películas, yo siempre ponía a Chevy Chase y a Daryl Hannah, por tirarme el rollo cultureta y no poner a Sean Connery , y ella siempre me ponía un notable.
Todos los años por San Valentín realizaba una actividad consistente en que los chicos y las chicas de clase enviáramos una carta a la persona que quisiéramos en inglés. Sobra decir que en lo primero hacíamos caso, en lo segundo no.
Eran semanas de incertidumbre, negociaciones, ansiedad, granos en la cara...
Todos teníamos nuestras predilectas para cortejar y ser cortejados.
De las cartas recibidas, si se daba el caso, había que eliminar las de los amigos cabrones que escribíamos con la mano izquierda para que no nos reconocieran la escritura y que intentábamos provocar emoción en los menos queridos de nuestro grupo.
Pues bien, llegó el día de autos y dentro de mi libro de inglés me encontré dos cartas. El acto de guardarlas sigilosamente tenía su encanto. El recolectarlas subía la adrenalina y daba vida.
De una de las dos no recuerdo mucho, de la otra todo, de hecho la guardo cuidadosamente con mi correspondencia de cuando se escribían y enviaban cartas y el corazón se aceleraba cuando acudías presto al buzón en busca de alguna misiva prometida. Ahora solo hay publicidad de "compro oro", cartas de bancos en números rojos y descuentos del Telepizza.
Esa carta era de la Judoka. Era una chica más joven que nosotros, rubia, pelo corto, ojos claros, muy guapa y cuerpo atlético fruto de cuando estuvo haciendo natación a alto nivel. Me contaba que cuando se tiraba de cabeza y buceaba,en alguna competición, al salir a la superficie creía que iba la última y era todo o contrario, había dejado a todas las demás chicas atrás. Era un portento físico y de belleza.
Ese San Valentín recibí una carta suya. Nos llevábamos bien, nunca tuvimos nada, por desgracia, y en esa carta, en esa concisa carta puso en español (después de renegar de aquel día haciéndose la dura dando a mostrar que no le importaba ese día) algo como:
"Cuando yo muera no me vengáis a llorar, porque no estaré bajo tierra porque soy viento de libertad"
Desde aquel día, nuestra relación se estrechó. Ahora no existe aunque se que espera buenas noticias.
Ese día aprendí a valorar la libertad, las cartas de amor, y la importancia de sentirse pensado por otra gente.