Revista Educación

Pequeños tesoros

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Pequeños tesoros

Llámenme Diógenes si eso, pero desde pequeñito colecciono cosas de las que ahora me cuesta mucho desprenderme, unas veces por dejadez y otras por puro sentimentalismo.

Empecé, como todos, supongo, con los cromos de los álbumes de Danone que recreaban en estampas las series de dibujos animados de moda como La abeja Maya, Marco, Jacky y Nuca, La vuelta al mundo de Willy Fog, La Batalla de los Planetas o Don Quijote de la Mancha y continué con los llaveros, los boliches, los sellos de correos, los billetes y las monedas antiguas.

Sin embargo, mi afición por la filatelia y la numismática dio paso a otras colecciones más insulsas como la de las pegatinas, los almanaques, las tarjetas postales, las tarjetas telefónicas o los cupones de la lotería y de la ONCE (por cierto, si ustedes tienen alguno y no saben qué hacer con él, me lo pueden dar a mí, no importa que esté premiado).

Además, tengo por algún rincón oculto de mi casa un amplio surtido de paquetes de cerillas, muestras de perfume o botitos de gel y champú que, como el que más, me llevaba de recuerdo de los hoteles.

Guardada en una caja perdida en el altillo de un viejo armario conservo también unas cuantas vitolas de puros de las bodas de mis familiares y amigos con las que un día pensé que llegaría a formar una gran colección, pero de la que pronto desistí, por poca productividad y, básicamente, porque el tabaco me da asco. También en un momento de locura me deshice de todos los posters de mis cantantes y actores favoritos (bueno, vale, de casi todos).

Como joya de la corona y, testimonio del pirata que fui cuando copiar una cinta no era un delito contra la propiedad intelectual sino una moda adolescente, acumulo en un baúl y cuatro o cinco gavetas un sinfín de casetes mil veces regrabados con canciones de la radio de los años 80 y 90, juegos para MSX comprados en el rastro, disquetes de 3 ½ y 5 ¼ con las primeras versiones del Excel y del Access, discos de vinilo, cds y dvds con pelis chungas bajadas del emule y cientos de vhs que aún contienen capítulos de Luz de Luna y Falcon Crest (que se sepa, que yo era muy de Richard Channing y Melissa Agretti).

Lejos de contentarme con todas estas maravillas, progresivamentehe ido incorporando a mi fantástica colección de colecciones otra suerte de pequeños tesoros como tarjetas telefónicas, souvenires de lo más variopintos, viejos pasajes de avión como testimonio de mi época viajera (cosa cutre donde las haya, lo sé), marcadores de libros, entradas de cine, teatro, museos e, incluso, bonobuses y tickets de la guagua.

Aunque, probablemente ustedes discreparán conmigo, otra de mis colecciones más molonas es la de latas de refrescos y botellines de cerveza (edición especial). Y no, no me mire así de rarito, porque a Dios gracias nunca me ha dado por los imanes de nevera o las figuritas de Lladró, ni por guardar los perifollos de los regalos, clips o sobres de azúcar con refranes o frases tontorronas como hace un amigo mío cuyo nombre guardaré en el más estricto de los secretos.

Eso sí, reconozco que en el trastero tengo apiladas un buen número de esas cajitas de chapa tan monas que vienen con las mandarinas, tongas de periódicos con las páginas amarillentas, todos los reyes que me han tocado en los roscones desde que era niño y docenas de bolsitas de gel de sílice de las que vienen en las cajas de zapatos o de los aparatos electrónicos (por si algún día me pueden servir para algo).

Sin embargo, las más exóticas (digámoslo así) de mis colecciones son las de los lápices y metros de papel de Ikea, las mesitas de plástico de las pizzas del Telepizza, o las fundas de las sorpresas de los huevos Kinder.

Sí, soy consciente de que corro el riesgo de que, leyendo esto, alguien que me conozca corra a llamar al servicio de recogida de enseres o a las áreas de Atención Ciudadana y Medio Ambiente del Ayuntamiento para que me desescombren la casa y, de paso, me multen por acumular basura. Pero también sé que no soy el único que colecciona cosas. Así que, si algún día me curo de esta enfermedad mía y, antes mi mujer y la voraz destructora de documentos que se acaba de comprar no han conseguido hacer desaparecer todos estos fabulosos tesoros, los pienso subir a eBay o Wallapop y seguro que me forro. ¿Qué se apuestan?


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