Revista Motor

Perder el tiempo es ganar la vida

Por José María José María Sanz @Iron8832016

Todo el tiempo del mundo. Eso es lo que se puede llegar a tardar en volver a casa. Todo el tiempo del mundo. Cuatro horas, por ejemplo. Si tardo cuatro horas en hacer doscientos kilómetros, eso significa que la media ha sido de cincuenta. Despaciear, tranquilear, entretenerse, ocuparse. Conocer, oler, sentir, afanarse y recordar. Porque el viaje de ayer fue un viaje de recordar y para recordar.

Yo tengo muy pocos recuerdos de cuando era pequeño. Ya sé que el cerebro de las personas modifica y altera los recuerdos a conveniencia del futuro que se vive, pero hay algunos, en mi caso, que siempre han permanecido inalterados, creo. Por ejemplo, el lugar de la primera excursión que hice con el colegio. El sabor del bocadillo de salchichón que me prepararon en casa, la quijada de burro que descubrimos en el campo. Ayer pasé por ahí.

Por ejemplo, la noche. Recuerdo con toda nitidez ver la noche por primera vez. Me llevaron al circo de los Hermanos Tonetti y, al salir, era de noche. Yo nunca había visto la noche porque la hora de irse a la cama era bien temprana. Pues al salir del circo vi la noche y vi la luna. No conozco a nadie que recuerde haber visto la luna por primera vez. Yo, que tenía cuatro años, me quedé impactado al ver la luna roja de agosto envuelta en la oscuridad de la noche. Ayer me acordé de esto.

Ayer pasé por Escarabajosa. Nadie lo llama así, que yo sepa, salvo mi familia. Y he tenido que mirar en internet para descubrir que el nombre de este pueblo es correcto o, mejor dicho, era correcto hasta que en 1955 lo cambiaron por Santa María del Tiétar. Allí veraneaba la familia del tío Alfonso y allí les visitábamos casi cada año. Ayer vi la casa, el bloque de apartamentos, aunque no tuve reflejos de haber parado.

Ayer paré en San Lorenzo de El Escorial. Cien veces, mil veces hace que lo conozco. Y lo conozco bien porque hace unos años pude acceder a una convocatoria del Ministerio para conocer, durante nosecuantísimos días, la obra de Felipe II, y tuve ocasión de estudiar la práctica totalidad del conjunto.

Todo el tiempo del mundo para volver a casa. Es curioso lo de salir de casa, ir a casa y volver a casa. Esta fue la ruta de ayer. Hice la primera parte del camino por la autovía. Iba pertrechado con una camiseta de esquiador, de manga larga, una camiseta normal, un forro polar y la chupa de motero. Salí a las siete de la mañana y a las siete y diez ya estaba congelado. ¿Te puedes congelar en agosto? Sí, te puedes quedar congelado. A mi no me aburre la autovía. Vas a cien, vas a ciento veinte, vas a noventa. Vas mejor si no hay tráfico, como ayer. Vas mejor cuando no te tropiezas con irresponsables.

Todo el tiempo del mundo para volver a casa. Hice la segunda parte de la ruta por carreteras secundarias. Volví de casa a casa rodeado de pinos, de curvas y de pueblos en fiesta. A la hora de la siesta. San Román de los Montes, Castillo de Bayuela, El Real de San Vicente, Fresnedilla, Higuera de las Dueñas, Sotillo de la Adrada, Santa María del Tiétar -Escarabajosa-, Navahonda, San Martín de Valdeiglesias, Pelayos de la Presa, Robledo de Chavela, San Lorenzo de El Escorial, Guadarrama, Collado-Mediano, Becerril de la Sierra, Cerceda, Manzanares el Real, Soto del Real, Guadalix de la Sierra y Torrelaguna. Volví de casa a casa por donde la gente descansa, por las plazas de los pueblos llenas de mesas de bar llenas de gente transformada en personas que dejaron en Madrid todo lo que sobra para una vida auténtica. Me gusta ver que la gente que siempre tiene prisa, ahora, en agosto, no la tiene, y son capaces de estar perdiendo el tiempo y ganando la vida mientras discuten con sus amigos sobre el Valle de los Caídos o sobre Ronaldo y su nueva Italia. Perder el tiempo es ganar la vida.

Ayer, todo el tiempo del mundo fueron cuatro horas. Cuatro horas de calor y de frío, de llorar y de reír, de salir y de volver, de recordar y de vivir, de rodar y de parar, de oír y de hablar, de mirar y no ver, de ver y no mirar. De callar y de cantar. De pensar y de oracionar la vida entera. Un día vivido pleno por la ida, por la estancia y por la vuelta. Perder el tiempo es ganar la vida.


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