Dentro de un par de meses cumpliré sesenta años, que es una cifra rotunda que no me termino de creer (qué rápido ha pasado todo; me parece mentira). Fui arquitecto a los veinticuatro años (a punto de cumplir los veinticinco), y he trabajado ininterrumpidamente como tal desde entonces (qué difícil es esto para los jóvenes de ahora), sin haber construido jamás nada de valor. O de bastante valor. O de mucho valor. O yo qué sé.
Siempre me ha apasionado la arquitectura, pero, aunque he tenido muchos clientes y muchas oportunidades, las he desaprovechado todas.
Alguna cosa digna sí he hecho, y de dos o tres (bueno: a lo mejor diez) me siento razonablemente satisfecho, pero en todo caso no son para tirar cohetes ni dar saltos de alegría.
Sigo teniendo curiosidad por muchísimas cosas, pero a lo mejor no por las que tenían que ser. Bueno; en fin; es todo muy lioso.
En este panorama, y desde mi situación personal y bajo mi exclusiva responsabilidad os cuento lo que sigue. Es, repito y volveré a repetir, mi punto de vista y mi circunstancia aquí y ahora. No lo extendáis a la cosa en sí, sino a mi mirada sobre la cosa.
Hace unas semanas un amigo y compañero nos preguntó en twitter a quienes no hubiéramos entrado aún en el BIM(1) por qué no lo habíamos hecho: si por miedo, por pereza, por el esfuerzo, por el coste, por incomprensión, por incredulidad...
Le contesté a bote pronto:
No me cabe en un tuit todo el vértigo, el hastío y el cansancio.
Solo digo que cuando sea estrictamente necesario para poder seguir trabajando me jubilaré.
(Este año cumplo 60. Tengo Autocad 2004 porque en 2005 dije: "Ya vale". "Hasta aquí").
Naturalmente, mi amigo me pidió explicaciones, ya que no podía entender mi actitud (puesto que tiene la generosidad infinita de creer que no soy un completo imbécil). Y se las esbocé:
En un tuit no puedo. Ni en cinco.
Hay cansancio existencial, fracaso incondicional (¿para qué todo), aversión al cacharreo, nostalgia, impotencia, conciencia de inutilidad, mal enfoque de objetivos, clientes, baja de honorarios, pérdida de status, falta de perspectiva, pérdida de
(Lo escribí de corrido, sin pensar -e incluso sin cerrar la interrogación después de abierta- y hasta el límite de caracteres. Acabé en "pérdida de" (repitiendo la palabra recién utilizada) y ni me acuerdo de qué era esa pérdida. Pero creo que se entendía lo que quería decir).
Mi amigo (joven) se apiadó de mí (viejo) y contemporizó. Yo también lo hice y rematé:
También es una cuestión personal. La edad y tal. Yatúsabeh.
Pero el caso es que sigo teniendo mucha curiosidad por muchas otras cosas.
Pues sí. Ya lo he dicho: Tengo mucha curiosidad por muchas otras cosas. Pero por el BIM no. Nada. Culpa mía, lo sé. (Pero repito que tengo como gran objetivo profesional conseguir jubilarme sin haber tenido que usarlo).
Mirad qué triste lo que digo: No tengo el gran objetivo profesional de aprender a manejarlo, sino de huir y de que me dé tiempo a llegar a la meta (el cierre de mi estudio) sin que me haya alcanzado.
Me acuerdo de mi padre, que pocos años antes de jubilarse me contaba con orgullo que él tenía todos los radioenlaces de su negociado en un cuaderno, y que los jóvenes le decían que se tenía que pasar al IBM, que por entonces estaban implantando en la oficina. Él se negaba, y venía muy satisfecho cuando se había caído el sistema informático y todo el mundo había pedido con ansia "el cuaderno de Hernández". También despotricaba de los PERT, que según decía no servían absolutamente para nada y solo hacían perder el tiempo.
Yo lo escuchaba con tanta paciencia como hastío, con tanto cariño como resignación. Había trabajado toda su vida como una fiera, y había sido una pieza importante en su grupo, tanto que había llegado a jefe de negociado a base de trabajar muchísimo y de estudiar en casa, de extrangis, por las noches. Pero ya estaba de más, era carne de jubilación. El incipiente sistema informático fallaba mucho y en ese momento aún no era imprescindible. Es más: ni siquiera era demasiado útil. En esos momentos eran más bien pruebas. Pero la verdad es que mi padre se libró de él por pocos años; o tal vez por meses.
Pues ahora yo ya solo pido eso: librarme del BIM y de los maravillosos sistemas que no me permitan trabajar como sé y defenderme como me defiendo.
Es la visión del viejo, el conformismo, el pánico a abandonar la zona de confort. (Se habla mucho de la necesidad de abandonar la zona de confort. Ya. En eso estoy pensando. Unas narices. Pues no me ha costado a mí nada alcanzar mi zona de confort como para dejarla ahora sin más).
Cada día comprendo mejor a mi padre, pero eso no significa nada bueno. Al contrario. Voy dando los pasos que él dio y pasando por donde él pasó. Y haciendo el ridículo ante los jóvenes.
Sí, es cierto: Llegados a una edad todos somos una carga, un lastre de espaldas al progreso. (Algunos lo han sido toda su vida, pero eso es otra historia). Miramos más hacia el pasado que hacia el futuro, y queremos estar a gusto con lo que ya sabemos y dominamos y no arriesgarnos a aprender cosas nuevas que quién sabe si nos van a funcionar. (Aparte de que las cosas nuevas cada vez duran menos. Antes aprendías algo y eso te servía durante varios años, o durante toda la vida. Ahora en pocos meses tienes que tirarlo a la basura y ponerte otra vez a la cola de los ignorantes. Qué vértigo).
Lo malo es que se nos dice que lo que ya sabemos y dominamos se muere, se acaba, y que si éramos expertos en reparar televisores de válvulas -por poner un ejemplo- tenemos que dedicarnos a otra cosa porque ya no los hay. Y entonces de nada nos sirve alardear de que fuimos pioneros y de que venían de toda la comarca a traernos sus teles. Ya cállate. Estorbas. Que te pires.
Pero es que lo que más pena y más desazón me da es otra cosa. Admito mi vejez y mi obsolescencia. De acuerdo. Adelante, jóvenes.
Solo os quiero decir que estos sistemas tan fantásticos como el BIM, este nuevo paradigma de la eficiencia, se insertan en un contexto nada eficiente y nada halagüeño. Seguro que están muy bien para hacer proyectos y dirigir y gestionar obras importantes, para clientes muy mentalizados, pero no para las cosillas que solemos hacer ahora, quienes las hacemos, y por el precio que cobramos, quienes lo cobramos.
Quiero decir que se puede afrontar el esfuerzo de estar constantemente en formación, aunque uno esté ya mayor y un poco perezoso, si hay un premio, una forma digna de ejercer la profesión. Pero que no merece la pena si es para seguir languideciendo.
(En una de las pausas que hago mientras escribo esto he recibido un whatsapp de un cliente para decirme -por séptima vez- que mejor no pone la cruz de San Andrés que le dije porque sin ella queda más estético. Esta de la estética es, ya digo, la séptima excusa. Y sé que al final esa cruz no se va a poner por fas o por nefas, y que me tocará enfadarme de verdad. Y la cantidad de visitas que llevo para ver esa cosa, que ya ha cambiado sobre la marcha quince veces, me desespera).
Perdón: Como veis, hoy no es mi mejor día. Yo ejercía una profesión respetable y bien pagada. Es más: muy bien pagada. Se trabajaba a gusto, pensando en resolver un proyecto y en llevarlo a la realidad en la obra. A veces llegaba a ser apasionante.
Pero desde hace ya muchos años se está perdiendo todo esto, al menos para la mayoría de nosotros. Ahora pensamos más en los cien mil anexos normativos, exhaustiva, innecesaria e incomprensiblemente documentados en nuestros proyectos, que en lo que de verdad debería ser su esencia y su núcleo, y todo ello lleva muchísimo más trabajo que hace unas cuantas décadas, y muchísimo más aburrido e inútil, y por lo que cobramos muchísimo menos que entonces. Y ya no se trabaja con la misma alegría (¿o soy yo?), y cada vez tenemos más responsabilidades absurdas que asumimos porque no hay más remedio, pero que verdaderamente no estamos en condiciones de asumir. Nos responsabilizamos de lo de toda la vida y ahora, además, de que la obra al final sea tan eficiente energéticamente como dijimos (supusimos) en el proyecto, y de que la cantidad y tipos de los residuos generados en la obra sean los que previmos, y de esto, y de lo otro, y de lo de más allá, en lo que, realmente, tenemos muy poco poder efectivo. (Más de una vez, lo confieso, lo único que se me ocurre al respecto es decir: "¿Y a mí qué me estás contando?"). Y cumplimos (o hacemos que cumplimos poniendo relleno y blablablá como un mal estudiante en un examen) las normas que cambian a cada rato, y las exigencias de más y más organismos públicos que se suman a fiscalizar y burocratizar nuestro trabajo, sin que ello conlleve una mayor calidad ni un mejor cumplimiento de los requisitos, sin que se haga mejor arquitectura, sin que se llegue a nada.
Y me voy desencantando y desencantando, cuando además, para colmo, quien decide finalmente cómo va a ser la casa es el pintor de las bandas negras que conté el otro día, o cualesquiera otros, quienes sean menos yo, que saben muchísimo pero que no asumen la menor responsabilidad y que ya me tienen a mí para pagar por sus errores o por sus gilipolleces.
Así que en esa tesitura a lo único que aspiro es a que me dejen en paz, a que no me anden tocando las gónadas (que, por otra parte, a estas alturas se encuentran en un estado calamitoso) y que me dejen trabajar en lo poquito que valgo, en lo poco que sé, y que me den la oportunidad de pensar un poco en medio de tanto vértigo, de tomarme mi trabajo con modesta honradez(2), de atender mis obras con atención y cariño y de irme retirando tranquila y pacíficamente.
Y si acaso me diera por acudir a una academia a aprender algo nuevo podría ser latín, por ejemplo. ¿Por qué no? Me apetece ¿Se sigue enseñando?
Beatus ille qui procul negotiis...
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(1).- BIM = Building Information Modeling. Se trata de un método de trabajo que consiste, por lo poco que sé, en centralizar toda la información de un proyecto en un modelo digital. Dicho modelo es una especie de maqueta 3D del proyecto que contiene todo lo que puede tener el proyecto (instalaciones, mediciones, especificaciones de los materiales...) y se chequea muy profundamente. Así se pueden ver y estudiar muy bien las interacciones (los conflictos, los estorbos, las incompatibilidades) entre los distintos asuntos (estructura y desagües, carpinterías y fábricas, etc).
Está pensado, sobre todo, para el trabajo colaborativo, ya que recoge e integra todo lo que va haciendo cada participante.
Además, el BIM no se acaba al acabar el proyecto, sino que es una herramienta que interactúa en la ejecución de la obra y en el mantenimiento y la conservación el edificio. (Obviamente, el propietario del edificio debe de conocer el sistema BIM o contratar a alguien que se lo gestione).
BIM no es un programa: Es una forma de trabajo, un sistema, que puede hacerse con distintos programas.
Y que conste que me parece muy interesante. Pero yo qué sé. Las cosas.
(2).- Sí. Ya lo sé: Me preguntaréis que cómo puedo invocar a la honradez de mi trabajo si no quiero reciclarme, si no quiero ofrecer a mis clientes la tecnología más avanzada, la eficiencia más acendrada. Es verdad. Tenéis razón. Me habéis pillado. Pues a la porra todo.