Revista América Latina
La muerte de dos estudiantes de posgrado del Tecnológico de Monterrey debe obligar a las autoridades a replantear su estrategia de lucha contra el crimen organizado, en las múltiples ocasiones en que han caído abatidos por fuego cruzado ciudadanos indefensos cuya única culpa es encontrarse o transitar en el lugar en que a las fuerzas policiacas o el ejército se dispara mutuamente con criminales dispuestos a todo, sin el mínimo respeto que en años anteriores se dejaba sentir por las fuerza armadas.
Como siempre el presidente Felipe Calderón Hinojosa, se llena la boca despotricando contra estas bandas de criminales desalmados, los llena de todo tipo de adjetivos como el llamarlos sin escrúpulos, como si la opinión pública no supiera que el crimen organizado de esta época carece de cualquier código de ética criminal como cuando se evitaba el matar mujeres y niños.
Dos estudiantes excelentes, posiblemente de condición humilde, ya que contaban con becas fueron acribillados, sea por las fuerzas del orden o los sicarios, esto carece de importancia ante la tremenda e irreparable pérdida para familiares y amigos, y porqué no decirlo, para el país. Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo dejaron para siempre de aportar su talento y espíritu de superación en bien propio y de México, gracias a que a las autoridades les parece lo más correcto confrontarse con el crimen organizado, donde mejor les parezca, poniendo en peligro vidas inocentes.
La balacera ocurrió después de que el Ejército recibió una llamada anónima que denunciaba a hombres armados en camionetas sobre la avenida Garza Sada y el cruce con Luis Elizondo, lo que originó una persecución que terminó en un enfrentamiento en la zona del Tecnológico.