Una vez embarcados, dos políticos y un escolta se subieron al avión (no diré su color político porque poco importa a los efectos). Los dos políticos se sentaron justo detrás de mi y el escolta pasó a turista. En estos casos uno intenta evitar quedarse mirando fijamente para no parecer un paleto frente a una estrella de la copla y para no incomodar al susodicho. Así que yo, como si nada. saqué mis notas para prepararme la reunión.
Pero hete aquí que tras el despegue comienza una conversación entre estos dos políticos en un tono de voz que impide que me abstraiga de la conversación. Debía ser que mediaba entre ellos el pasillo y que para que sus voces se superpusieran al ruido de los motores, los viajeros en cuestión aplicaban un volumen en su conversación que la hacía compartida para el resto de los viajeros (pocos, pero próximos).
La conversación, que no voy a repetir aquí, me dejó estupefacto sobre las cosas que ocurren en política, cómo se logran los puestos, los “grupitos” de amigos, las marrullerías de partido, zancadillas, favores e hipocresías varias.
Uno puede suponer que estas cosas ocurren, pero escucharlas de boca de quien urde alguna de esas conspiraciones le deja a uno con muchos interrogantes sobre el papel de los políticos en nuestro país. Y más aún; escucharlas “furtivamente” (no iba a levantarme e irme…) en un espacio público me hace plantearme la calidad (e inteligencia) de nuestra clase política.
Recuerdo aún como si fuera ayer una de las primeras sesiones que al incorporarme como auditor en Arthur Andersen nos dirigió Ángel Durández haciendo referencia a la necesidad de discreción en lugares públicos como taxis, ascensores o cafeterías. Cosas de sentido común que había que contar a imberbes recién licenciados y que en mi entorno profesional he visto respetar siempre a rajatabla fuera cual fuera la firma.
Pues parece que estas cosas de sentido común no son así para algunos políticos que se pavonean de intrigas palaciegas que poco dicen de su inteligencia y menos aún de su utilidad pública.
En fin señores, que perdonen ustedes por la indiscreción y si no les cedí el paso en el desembarque, pero es que necesitaba salir corriendo de allí.