Revista Sociedad

Perdóname

Publicado el 18 mayo 2010 por Eko
Pedir perdón es enfrentarnos a las limitaciones que como humanos nos encontramos al tratar con otro Ser. Así que al hacerlo ahora yo, al postrarme ante ti suplicando tu perdón, no hago más que reconocer cuanto me equivoqué contigo, cuanto me queda por aprender, y que caro nos sale a veces las decisiones que se toman sin contar con el otro.
Tal vez porque nunca supe entender tus necesidades, y fue en aquella pequeña, pero ahora tan gran decisión, que nos hallamos en una posición tan difícil. Explicar las motivaciones, los cálculos mentales, fríos y absolutos, que me empujaron a tomarla, están a estas altura de nuestra historia, fuera de lugar. Sólo me gustaría que entendieras que actué siempre pensando en tu bienestar, en que crecieras y alumbraras un día los frutos con que ambos nos sentiríamos realizados, en una existencia que siempre esta a expensas de los resultados para medir su valía. Ahora que te hallas como marchita, cabizbaja ante el constante azote de un sol primaveral, que por naturaleza hubiese sido la fuerza que te alimentara, no puedo más que sentirme inútil, impotente ante el abatimiento que día tras día se va apoderando de tu alma. No supe leer los mensajes que me mandabas, no supe alimentar tu espíritu con caricias y palabras que te hicieran sentir querida, deseada; no supe buscar el lugar correcto donde pudieras enraizar y agarrarte con fuerza a esta vida, que ahora parece que se te escapa. ¿Como podría pedirte perdón ante tan cruel descuido? ¿Como hacerte entender con simples palabras, esta tormenta que es saber que casi te he perdido?
Cuando llegaste eras como las demás, una más entre todas ellas. Y sin embargo ahora, aquí me ves, a unos metros de ti, a tan pocos pasos, que arrancarte la vida y dejar de ver tu lento deterioro, tu amargo marchitar, seria la forma más rápida y sencilla de acabar con todo. Pero en mi cobardía encierro la luz de una esperanza que me motiva a seguir a tu pies unos días más, por ver si de entre las dudas que oscurecen siempre nuestro futuro, se vislumbrase un resucitar imprevisto, un nuevo despertar de tus ganas de vivir y seguir a mi lado.
Si no se diera el caso, y finalmente el cruel destino que he invocado sin querer para tí, te alcanzase, dejo estas pobres palabras, para un día, volverlas a leer y tenerte en cierta manera de nuevo conmigo. Serán memoria de mi error, del precio que pagué por no saber cuidarte, de no leer los sutiles mensajes que me dejabas y no apreciar cuales eran tus necesidades más básicas, que por simples y sencillas no alcance a  ver, pero sobretodo, para memoria de que un día creciste en mi corazón con más fuerza que en la propia tierra que hoy ve como tu vida se apaga.
¡Perdóname!
(A mi tomatera, ahora marchita por trasplantarla cuando no debía)

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