Como español y sólo en representación propia quiero pedirle perdón, señora Merkel, por los gritos que oyó contra usted y Alemania en Santiago de Compostela durante su visita de dos días a Mariano Rajoy.
Esa gente, que tampoco era mucha, no es agradecida y para ella hay un refrán que no alaba, precisamente, su buen origen.
Porque usted, señora Merkel, es hoy la última de una saga de cancilleres alemanes a los que España les debe desde 1986, cuando ingresó en la entonces Comunidad Económica Europea, gran parte de su crecimiento y de su sistema de previsión y bienestar social.
Hoy la CEE es la Unión Europea (UE), que paso a paso se encamina hacia una confederación de naciones prósperas y pacíficas, a pesar de las graves crisis coyunturales que padece ocasionalmente: dos pasos adelante, uno atrás.
En 1986 España estaba atrasada y en numerosos aspectos recordaba al siglo XIX, como sus infraestructuras, que son la base del progreso, y su insuficiente bienestar social para mantener la paz interna en plena libertad.
Kurt Kiesinger, Billy Brandt, Helmut Schmidt, Helmut Kohl, Gerhard Schröder y usted facilitaron con enormes aportaciones económicas alemanas la transformación española a través de los Fondos de Cohesión, los Fondos Europeos de Desarrollo Regional (FEDER), y los de desarrollo social.
Autovías, puertos, aeropuertos, ayudas al empleo, a los desempleados, a la inversión, cientos de miles de millones de euros que en una parte notable dilapididaron la corrupción política, sindical, y nosotros mismos al elegir corruptos.
Un amplio porcentaje de la crisis española actual se debe a esos dispendios, generados también por los líderes de los abucheadores, y que ahora debemos pagar.
Sería de bien nacidos pedirle perdón, señora Merkel, darle las gracias, aunque la ayuda alemana creó así un socio solvente.
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SALAS