EL VIAJE DE INVIERNO O ALGUNAS RAZONES AZAROSAS POR LAS QUE NO HAY QUE DESCARTAR, NI MUCHO MENOS, LA IMPORTANCIA DEL PESO ATMOSFÉRICO EN LA ORDENACIÓN DE LOS ACTOS LIBRES Y POR ENDE EN LA CONFIGURACIÓN DE LOS DESTINOS
Para adentrarse sin remilgos en las landas del Invierno, sin temor a los hielos resbaladizos ni a los fríos cortantes, tal vez no sea mala idea dejarse guiar, siquiera en lontananza, por ‘El pintor cotizado que añadía su bruma a las obras famosas’. Es bien sabido que, tarde o temprano, a muchas obras maestras —sin descartar la vida propia— cierta pátina envolvente, a menudo muy sugeridora, les llega del exterior. Y no siempre resulta fácil distinguir qué es voluntad y qué “potra” —si se me permite recuperar este vocablo de mi más tierna infancia— en los aconteceres del arte o de la vida. Desde ese observatorio se entiende bastante bien la actitud de —pausa textual mediante— ‘El príncipe Eugenio que mandó contar todas las Santas Reliquias’. Un deseo legítimo de acotar el territorio de lo sagrado para quizás deslindarlo de la superstición cuando la contabilidad llegue a poner de relieve, por ejemplo, que hay astillas para completar al menos una docena de “lignum crucis”; o que las mandíbulas de algunos santos y santas se caracterizan por tener triplicadas o más todas sus piezas dentales. Al fin y al cabo, como ocurre con la bruma pictórica bajo el pincel del tiempo, la devoción y el exceso glandular propician todo tipo de fascinaciones. Y cada uno pone su confianza donde puede, o saca las fuerzas de aquello que se ajusta mejor a sus querencias y le propicia acaso un impulso imPerecedero, como se dice —y Perec lo anota— que hacía ‘El Emperador, que pensaba en “L’Aiglon” para atacar a los británicos’. Gentes hay en todas partes con intereses la mar de diversos.(LUN, 547 ~ «Perec al paso», 171-173)