
Los admiro, a qué negarlo.Uno de mis hijos, por ejemplo, emprendió esa aventura (en bicicleta) hace unos años, y ya me gustaría... Y también suelen darme pena, al verlos caminar por sendas contiguas a autovías.
Este año he observado una variante: suelen llevar un carrito de la compra..
La primera vez quel o detecté se trataba de un matrimonio mayor (digamos de mi edad); él cargaba con los atuendos ineludibles a todo buen peregrino más el mencionado carrito; ella parecía disfrutar, liberada.
La segunda pareja estaba formada por dos mujeres: cada una con su carrito.
Sucedió el mismo día, así que concluí...
Cerré los ojos y me puse a recordar el camino...
Y emerge una buena novela de : Huesos de santo ( Barcelona, Edhasa, 2010)
Alfredo Conde
En una tranquila ciudad de provincias, donde todo transcurre con la normalidad de la vida, y cuyo emblema es una catedral de doble faz y de espacios cerrados llenos de certezas, Santiago de Compostela, aparece el cadáver –exquisita y misteriosamente labrado- de la joven y bella doctora Sofía Esteiro, que en su tesis doctoral había llevado a cabo un importante descubrimiento cuya divulgación cuestionaría la verdad histórica admitida sobre los restos del Apóstol, los huesos del santo. En apenas un par de días y en un escenario muy cercano, aparece una nueva víctima –don Salustiano, deán de la catedral- y se teme que no será la última.En su placidez próxima al retiro y disfrutando de una más que satisfactoria relación amorosa, al veterano comisario Andrés Salorio –sentimental, sibarita, escéptico y socarrón- le tocará hacerse cargo de un caso que, además de a la política y a la religión, afecta a otro componente esencial del entramado de la ciudad: el mundo universitario. Un caso en el que enseguida apuntan como sospechosos unos pocos personajes singulares y un tanto estrafalarios: un reverendo exlegionario de la cruzada franquista, un novio ingenuo, una letrada contumaz y rica, y dos catedráticos de medicina. Con la sabiduría alcanzada a lo largo de su dilatada trayectoria literaria, con una escritura también dual –barroca a ratos, en las descripciones del ambiente; expeditiva en la narración-, Alfredo Conde nos sumerge en los meandros propios de una investigación repleta de enigmas que amenazan los pilares y los intereses de la sociedad compostelana, levítica y también deuteronómica. Y lo hace desde un espíritu crítico e irreverente, que a menudo propicia situaciones repletas de humor que deleitan aún más nuestra lectura.
¡Ojalá compartais el criterio!
