Si preguntamos por las diferencias entre la España que abandonó el siglo XX y la que entra ahora en el año 15 del XXI los economistas responderán que estamos más o menos como entonces en riqueza porque todos los avances hasta 2008 se perdieron por la crisis que ahora comienza a ceder.
Los sociólogos dirán que por eso la gente del país es menos optimista, pero algunos estudiosos del sistema político que llamamos autonómico, en especial los hispanistas, nos dirán que España es perenne, esencialmente la misma que hace uno, tres o cinco siglos.
Porque, a pesar de la actual mezcla de federalismo, confederalismo y localismos independentistas, España se mantiene con un gobierno central no dependiente ahora de un rey, pero tributario del sistema de Cortes que había en los distintos reinos que, unidos, formaron el país.
Un famoso hispanista británico que pide silenciar de momento su nombre porque sus conclusiones son preliminares y tiene que asentarlas, afirma que el fondo de los patriotismos independentistas como el catalán o el vasco es sólo una teatralización egoísta, más o menos sangrienta o dramática.
El estudioso dice que comenzó a intuir, “no es broma”, que los independentismos eran escenificaciones cuando desaparecieron con el siglo pasado las matrículas provinciales de los coches y se unificaron en series de números y letras que no identifican su origen.
Comenzaron así a extinguirse también aquellas proclamaciones patrióticas de banderas y lemas en los vehículos “Zoy andalú, ozú”, “Visca Catalunya”, “Aita Euzkadi”, “Moita Galiza”, “De Madrid al cielo”, y similares.
Antes se señalaban como patriotas regionales porque ya se identificaban con la matrícula, y ahora evitan hacerlo porque quieren mantener el anonimato entre los otros españoles.
En casa, mucho lío, unos metros más allá, nada.
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