Junio de 1958. Joaquín, un joven camarero del casino Sans-Souci, ve su aburrida vida alterada por dos regresos consecutivos a La Habana: el de su jefe, Santo Trafficante, junto a una atractiva cantante, que le fue entregada por el dictador dominicano Trujillo en pago por unos servicios que no se pueden nombrar, y la de su hermano Carlos, uno de los revolucionarios que están poniendo en jaque a las fuerzas gubernamentales desde Sierra Maestra. Un maletín, un enamoramiento imposible y un sistema en el que los criminales son los carceleros llevarán a Joaquín y Livia primero a Miami y, desde allí, a una huida junto al bohemio Sean, que se les une atraído por Livia, a lo largo de las casi 3.000 millas que separan las playas de Florida de las de California.
Régis Hautière, el guionista, arma una historia donde no sobra ni falta nada y que, a pesar de que tanto la trama como las localizaciones no son nuevas en el género, obliga a no dejar la lectura en ningún momento. Para ello se apoya principalmente en diálogos que definen a los personajes sin necesidad de explicaciones adicionales pero alejándose de la verbosidad que en muchos casos se le achaca a la narrativa gráfica francobelga. Ésto puede parecer poco meritorio en un relato que se aguanta sobre sólo tres personajes principales pero si vamos sumando a sus tres perseguidores, a todo el paisanaje (con su propia idiosincrasia) con el que cruzan sus caminos y notamos que el ritmo no decae en ningún momento, esta percepción empieza a cambiar.
gran economía de líneasTodo lo anterior sin que los personajes sean meros arquetipos que simplemente lleven la historia de un punto a otro, según necesite el guionista, sino construyendo personalidades definidas. Aquí Livia no es presentada como una inocente que necesite ser rescatada ni como una encallecida comehombres sino como la personalidad más fuerte del reparto aunque con rincones oscuros, en consonancia con su triste pasado en la República Dominicana de Trujillo, Sean, quizá el menos desarrollado del trío, es un buscavidas a la caza de faldas y aventuras pero que, sin llegar a caer en el buenismo, tiene otras cualidades que le redimen, y Joaquín, el que más se acerca al héroe clásico, es una olla a presión bajo la relativa rigidez y falta de chispa con que parece caracterizarlo el guionista la mayor parte del tiempo.