El fotógrafo, un “freelance”- tomó la imagen de este hombre a quien tiraron a la vía, momentos antes de ser arrollado por el tren, publicando la escalofriante imagen “The New York Post”.
Se cuestionó en numerosos medios, la idoneidad de dicha publicación. Incluso se dijo que el fotógrafo, en vez de apresurarse a disparar su cámara, podría haber dedicado el tiempo a socorrer al accidentado, del mismo modo que un premio Pulitzer se criticó por no ayudar a la niña que, famélica, estaba a punto de ser devorada por un buitre. Como anécdota, quiero recordar que la muchacha en cuestión terminó por salvarse, mientras que el fotógrafo, probablemente harto de convivir con la desgracia, decidió pocos años después, quitarse la vida. El caso es si el derecho a la información comprende también el supuesto escaso gusto de una prensa algo sensacionalista que vende el morbo de la patética imagen que ofrece un ser humano a punto de verse arrollado por un tren. Resulta curioso que cuerpos desmembrados tras un atentado terrorista, se retratan sin verse criticados, o se ofrecen en reportajes animados durante los telediarios emitidos en horario infantil. Lo mismo sucede con la violencia gratuita que ofrecen los videojuegos o las películas de acción, aptas para niños, y después se considera de mal gusto la pornografía, cuando en los más de los casos, solo retrata a una pareja heterosexual manteniendo relaciones íntimas. Todas estas paradojas no dejan de constituir otra forma de hipocresía social, porque lo que cuenta, al final, es el dinero. El rotativo estadounidense vendió sus ejemplares, al margen de la ética demostrada con la morbosa fotografía; los videojuegos y las películas no dejan de ser una empresa rentable y la pornografía otro tanto. Que cada cual ponga a las cosas el sello que quiera; como decía D. Camilo, el del premio, uno ya está hecho a todo.