Hay un error que cometemos muchos informadores españoles sin que aprendamos a enmendarnos, y es el de concederle importancia a lo que escriben sobre España, a veces desconociéndola, los periodistas y editorialistas de los medios extranjeros de renombre.
Vemos un artículo en el New York Times, Le Monde o en el Financial Times y solemos reproducirlo como alto análisis sin advertir que su autor o autores son tan listos o tontos como cualquier otro periodista o lector.
La admiración por los medios extranjeros nacía cuando no había libertad en España y para conocer qué ocurría en el país seguíamos al mítico José Antonio Novais (1925-1993) en Le Monde, a Walter Haubrich, en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, o a Jane Walker en The Guardian.
Ya no queda nadie así. Con la Transición España ganó la libertad y se convirtió en un país mediano tan común, digamos, como Italia.
Ahora los corresponsales son efímeros, cambiantes, con poco conocimiento de las interioridades nacionales.
Vueltos a Nueva York o Washington –los europeos tienen algunos conocimientos más—se ponen a opinar sobre España y los movimientos secesionistas con gran simplicidad.
Como cuando el New York Times editorializó recientemente sobre el referéndum escocés, que sí conoce por compartir cultura, y colocó al final dos líneas aludiendo a la consulta independentista catalana “que puede poner a la gente en paz” (…) “en contraste con la guerra de Rusia en Ucrania”.
La prensa catalana se entusiasmó con esta visión de la consulta. Grandes titulares sin advertir que al vincular inocentemente el caso ucraniano con el catalán cualquiera puede pensar justo en lo contrario de lo que escriben los editorialistas que, seguramente, nunca estuvieron aquí.
Los periodistas que reproducen irreflexivamente esos escritos, especialmente los nacionalistas catalanes, son más bobos que sus autores.
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SALAS