
Quiere decirse que hay un periodismo de entretenimiento y otro de verdad, uno que aburre y otro auténtico que cuestiona al poder para destapar lo que pretende ocultar o falsear deliberadamente ante quienes tiene obligación de explicarse y ser transparente, ante la gente o esos ciudadanos que, en democracia, toman decisiones cuando votan. Pero, para hacerlo con criterio y no influenciados por la propaganda y la manipulación, la gente ha de estar informada, saber qué ocurre, por qué pasan las cosas, cómo les afectan y, al final, formarse una opinión aproximada de la realidad, tener una versión lo más completa posible de la verdad. Y como no todo el mundo puede acceder a las fuentes o a las causas de los hechos, el periodismo se convierte, entonces, en el instrumento que posibilita conocerlas, relacionarlas y valorarlas. Por tal razón es por lo que matizo a Scalfari al sostener que periodismo es contar a la gente lo que de verdad importa a la gente, lo que tiene trascendencia para ella porque afecta, perjudica o beneficia al interés de la comunidad en su conjunto y de la que todos formamos parte. Es así como el periodismo asume una función imprescindible, inherente a toda sociedad libre, plural y democrática, para actuar como servicio público, sin cuyo concurso no serían posibles las libertades de expresión, opinión y participación, ni el derecho a la información. Ni más ni menos.
Y eso es, exactamente, lo que ha demostrado el diario digital Infolibre al descubrir y contar que el Fiscal Anticorrupción, Manuel Moix, guardaba celosamente su participación en una sociedad mercantil familiar inscrita en un paraíso fiscal para eludir pagar impuestos en España. Dicho llanamente: que era un lobo al cuidado de las ovejas. Pero lo más grave es lo que se adivina detrás de ello: que hay una manada de lobos apacentándonos desde los resortes del poder.
Manuel Moix y su reflejo.
No se trata, pues, de un asunto baladí. Ya es la segunda autoridad del actual Gobierno, junto al exministro Soria, que tiene que dimitir por mentir y tratar de ocultar su patrimonio en paraísos fiscales. Pero la hipocresía moral de este último es inconmensurable, aunque pequen ambos de lo mismo. La fiscalía anticorrupción de la que era responsable Moix, dependiente del Fiscal General del Estado nombrado por el Gobierno, es la encargada de interesarse e investigar los delitos económicos relacionados con la corrupción cometidos por funcionarios públicos. Es la que debe velar por los intereses de la Hacienda pública en aquellos casos criminales que causan menoscabo en la riqueza nacional por la actuación delictiva, de manera activa o pasiva, de empleados públicos o cargos electos en el ejercicio de sus funciones. Y la persona que tenía que dar ejemplo intachable de honradez y lealtad en el ejercicio de sus responsabilidades, como fiscal anticorrupción, ha resultado estar contaminada del mismo mal que debía combatir. Era, en realidad, un lobo que eludía sus obligaciones disfrazado de oveja honesta que paga sus impuestos. Un lobo que, para colmo y traicionando su cometido, ayudaba a otros de su especie, como el expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González –ya en prisión preventiva-, a esquivar las investigaciones y registros judiciales de que era objeto por sus actuaciones corruptas. Y todo ello, en el contexto de un partido político, del que es líder el actual presidente del Gobierno de España, que está involucrado en las mayores tramas de corrupción económica e institucional jamás conocidas en este país, hasta el punto de ser la primera y única formación imputada por financiación ilegal, además de sentar a su presidente, Mariano Rajoy, a la sazón presidente del Gobierno, en el banquillo para testificar en el juicio del caso Gürtel, esa trama con múltiples ramificaciones en varias ciudades españolas y que ya ha llevado a la cárcel al tesorero de la organización, Luis Bárcenas, aquel al que el mismísimo Rajoy mandaba mensajitos de aliento. En ese entramado sombrío se inscribe lo desvelado por Infolibre, destapando escándalos de inmoralidad fiscal y connivencia política con delincuentes que se querían mantener ajenos a la luz pública.Pero el periodismo puro, el periodismo de verdad, que investiga hasta descubrir las causas reales y ocultas de los hechos, permite a los ciudadanos conocer los abusos de confianza, la desfachatez supina y los comportamientos indignos de quienes pretenden engañar a los gobernados, enriquecerse ilegalmente a su costa y mantenerse en los puestos y cargos del poder para utilizarlo en beneficio personal o partidista. Es tal la importancia de una prensa libre que, si hoy conocemos tantos casos de corrupción en España, no es porque en la actualidad haya más, sino porque los medios impiden que se mantengan impunes y ocultos. Existen sobradas muestras de ese periodismo auténtico que destapa escándalos como el de Watergate y las mentiras del presidente Nixon en EE UU, casos de sacerdotes pederastas amparados por la Iglesia católica en muchos países, la inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak que motivaron una guerra, los intentos inútiles de Aznar y su Gobierno por culpabilizar a ETA de los atentados del 11M de Madrid, la mayor parte de los casos de corrupción acaecidos en España en los últimos años y, ahora, el comportamiento indigno de un fiscal anticorrupción desvelado por Infolibre. La lista es prolija aunque los medios de comunicación auténticos sean escasos.
