En la última semana he podido comprobar las diferentes maneras de afrontar el periodismo que tiene la profesión. Asistí a los premios Ortega y Gasset, coincidentes con el 35 aniversario del diario EL PAÍS, que fueron otorgados, entre otros, a dos periodistas latinoamericanos de 30 años, Octavio Enríquez de la Prensa de Nicaragua y a Carlos Martinez de El Faro digital de El Salvador. El grado de compromiso, el riesgo personal y la persecución por los poderes públicos que ambos han sufrido para desvelar informaciones de corrupción del gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua en el caso de Enríquez, y la denuncia, por parte de Martinez, de la tortura, violencia y muertes en El Salvador, el país donde el índice de criminiliad es el más alto del mundo, ponen la piel de gallina y te reconcilia con el auténtico periodismo de investigación. Les hubiera abrazado. Sus lectores, sometidos a la falta de libertad de expresión, a las mínimas condiciones básicas de democracia y de seguridad física y jurídica encuentran en este tipo de periodistas una bocanada de libertad y una proyección internacional de la tremenda situación que viven en sus países llenos de corrupción y muertes.
Junto a ellos, en el acto que se celebró en el Circulo de bellas Artes de Madrid, varios periodistas seniors , brillantes, de otras etapas y con otros recorridos como el premio Nóbel, Vargas LLosa o el presidente de El País, Juan Luis Cebrián que con diferentes posturas, e inclusos contrapuestas, hacen un análisis del periodismo occidental condicionado por la intervención de los poderes públicos, sometido a un intervencionismo gubernamental en cuanto a las empresas periodísticas y bajo unas democracias, las occidentales, que están en decadencia y ponen en peligro por los intereses partidistas la esencia de los pilares de las mismas.
Vargas Llosa disentió un par de veces del apocalipsis de Cebrián: Debajo de esos intereses y de esas mezquindades sigue reluciente la base democrática, vino a decir. Ya estamos acostumbrados a que Cebrián advierta sobre el final de la prensa escrita y, ahora, parece ser, lo hará sobre nuestro sistema político que, casualmente, cumple los mismos doscientos años de vida que tiene la prensa.
Claro, son dos niveles, los de Enriquez y Martinez, frente a los de Vargas Llosa y Cebrián, bien diferentes de ver el periodismo, bien encontrados, quizás. Creo que los primeros deberían alucinar por los problemas que tenemos los países ricos en los que los medios están en crisis junto con una democracia que ellos no huelen ni de cerca, con unas necesidades y unos planteamientos que están a años luz de otro mundo. Un mundo que solo conocemos si nos lo cuentan, arriesgando sus vidas, estos jóvenes latinoamericanos.
Y en medio de ello, un fotógrafo almeriense , Cristobal Manuel Sánchez, premio Ortega y Gasset al periodismo gráfico por su foto: Joven paseando desnudo por Puerto Príncipe, tomada después de un mes de la catástrofe de Haiti, cuando en la prensa ya mermaba el interés por aquel desastre que nos conmovió a todos. Ahí, solo, en medio de la calle , en un atardecer en el que el sol era incapaz de dar color a la devastada y arruinada avenida del centro de la capital, fue capaz de plasmar la indefensión, la pobreza, la desesperanza, y como el dice, quizás hasta la locura. Cristobal no quiere explicar la foto."Tiene que ser lo que es , una foto" , dijo, al tiempo que le subía un nudo a la garganta cuando explicó que Haití le cambió su vida.
Otra foto, diferente, también con alcance periodístico por lo visto, es la que no hemos visto todavía y que nos han dicho que existe: la de Osama Bin Laden muerto a manos de los soldados americanos. Esa foto que no se quiere mostrar y que otro tipo de periodistas, especialistas en opinar en tertulias varias, están especulando con ella. De la acción americana, plasmada en esa foto a buen recaudo, algunos periodistas pretendían que lo importante no es tanto que se supiera la verdad de lo que aconteció, porque, según ellos nunca la sabremos, como que se diera una explicación coherente y siempre en la misma línea. Se rasgaban las vestiduras porque la CIA hubiese sido incapaz en diez años de hilvanar y preparar la versión que darían el día que acabaran con Bin Laden. La verdad les importaba bien poco.
Visto, lo visto esta semana. A mi me importa más la foto de Haití de Cristobal y los reportajes de estos jóvenes periodistas que deberían convertirse en ejemplo de muchos de su edad que comienzan con ilusión y de otros tan mayores.