Hay cosas que al superponerlas, al mirarlas al trasluz o por contradicción de los mismos términos nos pueden ayudar a, con las dosis adecuadas de cinismo, reflexionar sobre la deriva de la profesión periodística. Pretendo hacerme eco de tantos y tantos comentarios que oímos a menudo sobre el ejercicio de esta denostada profesión. En el mercado, en las cafeterías, en las entradas y mensajes que se reproducen en los propios medios de comunicación… el tsunami de términos negativos asustaría a toda una legión o rebaño de estudiantes de ciencias de la comunicación que siguen soñando con ejercer de periodistas.
Sin embargo, me tropiezo, cada vez más a menudo, con presuntos compañeros/as de profesión que han hecho credo del ejercicio militante del periodismo, pero al servicio de los poderes y con una suculenta nómina si lo comparamos con el resto del sector. Eso que algunos llaman comunicación institucional casi nunca lo es; más bien es comunicación partidista y controladora de la información. Entiendo que todos debemos ganarnos el sustento, pero cuando se trabaja con políticos de miras cortas en estos asuntos, deberíamos hacer pedagogía y no plegarnos ante sus designios sólo por estar ungidos por los resultados electorales. Eso sería lo inteligente para ellos y para la profesión periodística.
Reclamo que el periodismo o mejor, la gestión de la comunicación hecha desde las instituciones públicas con el dinero de todos, sea ejecutada y diseñada por profesionales independientes de la militancia política en el partido de turno. Les costará entenderlo pero ganan ellos, ganamos los periodistas y se utilizan los fondos públicos para informar con la mayor transparencia posible. Así se abona la necesaria credibilidad, no en vano las profesiones peor valoradas por los ciudadanos españoles son los políticos y los periodistas.