Últimamente me he metido en varias conversaciones sobre conciliación, igualdad y todo el asunto de los permisos de paternidad y maternidad. Y como casi siempre, las opiniones y posturas tienden a polarizarse. Al final, todo acaba en el mismo escollo, el mismo punto muerto: que los hombres asumamos e interioricemos que esto de los cuidados y la crianza también nos toca a nosotros.
Lo primero que me llama la atención es que en este tipo de avances y políticas, se tiende siempre a igualar por abajo. Es algo que necesariamente defraudará y hasta indignará a parte de la sociedad. Porque se olvida la necesidad urgente de ampliar las ridículas bajas maternales a seis o incluso hasta los doce meses, como recomiendan tantas organizaciones, empezando por la OMS. Y que se pongan en valor las labores de cuidado en esta sociedad, eliminando la perspectiva de género.
Yo no puedo hablar más que desde mi punto de vista, que es la de un padre comprometido con la crianza y con una reducción de jornada desde hace seis años. Las soluciones no son fórmulas mágicas y como casi siempre, todo tiene sus pros y sus contras. Y con los permisos de paternidad iguales e intransferibles -y pagados- ocurre igualmente, aunque personalmente tengo muy claro que si parte de las semanas de prestación son transferibles, en un altísimo porcentaje lo seguirán asumiendo las madres, por decisión propia o acuerdo consensuado, pero también por tradición, por la presión histórica del patriarcado y por machismo. Y seguirá recayendo la carga, la responsabilidad de la crianza y los cuidados, las renuncias y la penalización laboral de la maternidad en las mujeres.
Establecer estos permisos en cierto modo es legislar y forzar la organización familiar desde una instancia a la que no le corresponde esa labor. Y forzar a establecer un nuevo pacto privado entre personas que se deberían respetan por igual y ser corresponsables por igual. Esa es una realidad familiar idealizada y utópica, en la que ambos miembros adultos proveen, aportan a la economía familiar, y se responsabilizan de los cuidados por igual y en igualdad. La cuestión es que esta situación no se produce tanto como debiera. Y esto no se puede legislar. Las bajas, permisos y medidas de conciliación sí, pero el reparto de roles y las desigualdades de género se arreglarán -espero, aunque sea demasiado poco a poco- con educación y pedagogía, y cambio cultural y social. Si este cambio social hay que conseguirlo a empujones, con políticas y legislación, exijamos más. Más educación, más pedagogía, y más cambios.
Pienso que si los permisos fueran intransferibles y se impulsan otras medidas legales, los hombres -y las empresas- nos quedamos sin excusas decentes. Los que no se responsabilicen y hagan cargo de su parte, de su 100%, los que se desentiendan de sus deberes y se escaqueen, se retratan ellos solos. Es cierto -y triste- que de todos modos a muchos esto les seguirá sin importar. Al contrario, aún queda mucho señoro, mucho macho ibérico, mucho trabajador abnegado y mucho padre proveedor demasiado cómodo en su sacrificado rol. Un papel que ha dotado a la masculinidad de parte de su carácter hegemónico tradicional y patriarcal, con todo lo que ello conlleva y arrastra. Pero si un hombre renuncia a su derecho y responsabilidad como cuidador, que ni el estado ni la empresa respalde su escaqueo. El resto es cuestión de educación, formación, y cambio social, siempre lento. Con el tiempo, tampoco lo respaldará la sociedad. Esa es la meta, eliminar roles machistas y desigualdades por la perspectiva de género. No valen excusas ya.
No es solo igualar derechos sino sobre todo igualar responsabilidades. En eso los hombres tenemos demasiada tarea pendiente. Gran parte del camino se habrá andado cuando entre los padres hombres se normalice y generalicen peticiones como "el lunes tengo que salir antes, que tengo tutoría del pequeño", o "necesito el jueves dos horitas para llevar a la niña al pediatra". Por el contrario, aún es habitual escuchar frases como "¿ya te vas?", o "¡qué bien vives!", cuando uno sale del trabajo a la hora estipulada por su reducción de jornada por custodia. O que te etiqueten -aunque sea con sorna o a escondidas- directamente de calzonazos, o nenaza. Y lo sé por experiencia propia.
El cambio social llegará cuando no sea extraño que un padre solicite una reducción de jornada por crianza y custodia. O una excedencia. O que agote hasta su último día de permiso de paternidad, en lugar de incorporarse a la empresa como abnegado trabajador y sacrificado padre proveedor, y que encima reciba palmaditas en la espalda. Cuando en los colegios sea normal ver a tantos hombres como mujeres hacerse cargo de sus criaturas, cuando en el grupo de whatsapp de la clase la proporción no sea de 15 o 20 a 1, cuando en la consulta de pediatría también sea normal encontrarse con padres, y que las explicaciones sean dirigidas a él como cuidador. Cuando asumamos que las tareas de cuidados y crianza también son cosa de hombres y se valoren. Cuando los hombres pidamos medidas de conciliación para cuidar, y no solo para estudiar en el extranjero o dedicarnos a practicar un deporte o a entrenar. Y que estas muestras de responsabilidad todos las veamos con la misma normalidad que cuando se trata de una mujer. Pero como digo, que esto llegue a ser normal y de sentido común, entre padres, madres y empresas, no depende sólo de las leyes y medidas legales y cuotas, sino de educación. Para ese cambio social, para acabar con el machismo y el patriarcado y la desigualdad de género en la crianza y en los cuidados, hacen falta muchas cosas: educación, formación, pedagogía, pero también medidas legales y marco jurídico y laboral. Incluyendo los permisos de paternidad.
Como con tantas cosas, la ampliación de estos permisos de paternidad son avances. ¿Es más urgente ampliar los maternales? Sí. ¿Se quedan cortos? Sí. ¿Son necesarios y positivos? También. Vamos a por los siguientes. Insisto, las soluciones no son fórmulas mágicas. Al final, solo puedo hablar de mi solución. Y como ya os he contado tantas veces, pasó por asumir con todas las consecuencias que esto de los cuidados y la crianza también nos toca a nosotros, también me toca a mí.
Porque debo. Porque puedo. Porque quiero.
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