Se dice, se piensa, que va despacio, ¿pero camina despacio el caracol? Decimos que va despacio porque tenemos que esperar más de la cuenta a que llegue, más de lo que estamos habituados. Pero si nos pusiéramos a esperar a que lleguen nuestros amigos de su lugar de vacaciones en su nuevo coche que alcanza los 140 kilómetros a la hora, no diríamos que vienen despacio aunque se nos hiciera larga igualmente la espera. Entonces, ¿por qué decimos que va despacio el caracol? Estamos acostumbrados a verlo todo correr, a ir con prisas, a ver un mundo apresurado. ¿Quién no corre para llegar hoy a los sitios? Casi todo tiene que tener su botón de aceleración, o producirse aceleradamente para comenzar a existir. Se aceleran las imágenes, los procesos, los movimientos, para que la espera se haga más ligera o soportable. De esta forma, si viéramos ahora a los coches de hace cien años correr por nuestras carreteras –el primer coche tenía tres ruedas y alcanzaba una velocidad máxima de 18 km/h- pensaríamos, y diríamos, que van despacio. ¿Pero lo podía pensar el hombre de hace cien años?
Y el caso es que siendo niños pasábamos tardes muertas viendo llegar a nuestros caracoles en los carriles que diseñábamos para ellos. Los cogíamos, los alimentábamos, y los poníamos a “competir” soltándolos en el carril que atravesaba la caja de madera que no tendría más de medio metro de longitud. Y esperábamos impacientes a que se lanzara la salida y verlos avanzar. Pero nunca nos pareció que fueran despacio. ¿Sería porque el mundo iba más lento y, como el hombre de hace cien años de los primeros coches, no veíamos tan lentos a los caracoles? ¿Sería porque éramos niños y, en nuestro universo de niños, la ilusión de ver avanzar al caracol no daba entrada a la espera y la paciencia?
Sea como fuere, nos dice Esopo en esta fábula, la paciencia –como la capacidad de soportar el paso del tiempo- es deseable en tanto que por ella las cosas llegan a producirse y desarrollarse, como la llegada en el camino, el fruto madurado, o el sentimiento del amor. Saber esperar es saber aguardar, abrirnos a lo que puede llegar. Y es que en la naturaleza las cosas marchan despacio, casi tanto como nuestros caracoles, si las comparamos con el modo como las imágenes aparecen y desaparecen en nuestras pantallas. ¿Pero camina despacio el caracol?