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Pero mira como beben los peces en el rio

Publicado el 10 mayo 2014 por Cristóbal Aguilera @CAguilera2

Pero mira como beben los peces en el rio

Ilustración: Susón Aguilera

Recuerdo una noticia aparecida en la prensa salmón, la económica quiero decir, cuando uno de los grandes monstruos de la acuicultura griega pidió a “las partes interesadas que actuaran de buena fe”. Realmente lo que estaba implorando era (en respuesta a la Comisión Griega del Mercado de Capitales que estaba a punto de meterle un puro por falsificación de cuentas) que la comisión se creyese las auditorías que se habían realizado sobre sus activos biológicos, es decir, sobre los peces que decía tener en sus jaulas. Esto no es baladí, se estaban jugando la credibilidad ante sus principales inversionistas (los bancos) y la renegociación de su deuda, en esos momentos realmente asfixiante. El título del artículo era “Buscando los peces en las jaulas”.
La empresa encargada de la realización de la auditoría, de renombre y prestigio, después de lo que se consideró como “un trabajo profesional y serio” (y por el que seguramente cobró un pastón) vino a decir que “en el inventario no se encontraron desviaciones ni pequeñas ni grandes de lo que en los libros había registrado” y que lo que se decía de la empresa era por tanto “un bulo y pura especulación”. Ahí es nada, eso sí que es una auditora “profesional”.
Los activos biológicos de una empresa de acuicultura se evalúan a final de año por que hay que presentar su valoración ante diversos entes, tanto internos como externos, que son los encargados de velar por el buen devenir y mejor hacer de las empresas, garantizar el buen uso de los recursos y prevenir “actuaciones indeseables”. Evidentemente, cuanto más a final de año, mejor. Normalmente, las auditorías que incluyen el contaje de los peces de una instalación tipo para poder valorar adecuadamente las existencias, se hacían entre Navidad y Noche Vieja. Era una semana tremenda y de frenética actividad. ¡Coño, como que era Navidad!
Un estoc estándar, a fin de año, de una empresa acuícola de tamaño medio dedicada a la producción de alevines de peces podría ser algo del siguiente estilo, pez arriba, pez abajo: más de siete millones de larvas (hablamos de organismos de entre 2 y 5 milímetros de tamaño). Como la mitad de postlarvas (de unos 5 a 10 milímetros) es decir, unos tres o cuatro millones. Seguramente del orden de dos o tres millones de peces en tamaño de preventa (escasamente de un gramo de peso). Cerca de millón y medio de alevines listos para su venta (entre 2 y 5 gramos) y medio millón de juveniles (alrededor de 10 gramos) preengordándose para pedidos especiales. En total unos quince millones de peces. Millón y medio de euros nadando. Un capital. Un capital en su mayoría invisible al ojo humano.
Para poder certificar, como mandan los cánones, que efectivamente existen y por lo tanto realizar una adecuada valoración, hay que contarlos. Desde luego que no es nada fácil contarlos uno a uno. Ya hemos dicho que las larvas miden apenas varios milímetros, en cada tanque suele haber como medio millón y hay por delante más de cuarenta tanques por contar. Eso solo para empezar.
No, no era fácil, de hecho era prácticamente imposible, había que utilizar mecanismos indirectos y hacer que los auditores lo aceptasen como acto de fe. Este procedimiento, extremadamente complejo, requería persuasión, convencimiento y confianza. Esto no se conseguía en un día y más cuando los auditores eran diferentes año tras año. No daba tiempo a formarlos. No daba tiempo a qué entendiesen que no hablábamos de tornillos metidos en cajas apiladas en un almacén y con un código de barras.
Sin embargo  habíamos desarrollado una técnica infalible, mezcla de desgaste sicológico y guerra fría, que dimos en llamar como el villancico: “Pero mira como beben los peces en el rio”.
Normalmente la auditoría se iniciaba con la presentación de los auditores, uno sénior y otro junior. Este último solía ser, generalmente y por eso de los galones, el encargado del curro del conteo.
Un rápido vistazo a edad, a cómo venía vestido y a su actitud frente a los tanques, era más que suficiente. Inmediatamente empezaba nuestro trabajo de desgaste, de guerra fría, de persuasión dirigida. Este procedimiento se iniciaba con varios sutiles comentarios, como no venidos al caso, respecto a lo que le esperaba por delante y, ¡ah!, que se olvidase de celebrar la Nochebuena en casa, que dijese adiós al día de Navidad, que lo de cantar villancicos en familia, pues este año, como que no, y que si todo iba bien y había suerte igual llegaba a tomarse la uvas. Que nosotros ya estábamos acostumbrados. Lo acompañábamos de un suspiro hondo y profundo en equipo.
Con esta entrada, así, a lo bruto y descarnada, conseguíamos que se pusiese en guardia. Tal vez había dicho “sutil”. Bueno, no importa demasiado. Maquiavelo nos servía de inspiración.
Le dejábamos respirar unos segundos y continuábamos picando en hueso: que si había previsto hacer vacaciones que se fuese olvidando, que los imprevistos eran muchos y que las posibilidades de dejarlo todo resuelto eran casi inexistentes. Uf, la de vacaciones que llevábamos perdidas. Le vimos suspirar hondo y se le escapó, con un hilillo de voz, que había previsto irse a esquiar con su novia.
Ya era nuestro. La palabra “novia” era como si una jauría de lobos hambrientos oliera la sangre.
Empezaba el proceso de acorralamiento. Así, para entrar en materia y ponerle sobre aviso y demostrarle que lo que le decíamos no era culaquier cosa, le teníamos preparado un tanque con doscientos o trescientos mil alevines talladitos, fáciles y a punto para la máquina de contar, “la Vaki”. Eso si al ralentí, que los peces son muy delicados y no podemos hacerlos sufrir, eso le decíamos. Que luego los de la protección de animales nos sueltan los perros, eso le decíamos. Que llega a oídos de los del comité de bienestar y tremendo pollo nos montan, eso le decíamos. Que si se enteran en la BBC, menudo documental nos hacen y no veas cómo iban a poner a su empresa. Todo eso le decíamos.
Ahora lo estábamos aterrorizando. Empezamos a notar el aturdimiento y la bajada de reflejos.
Este conteo rutinario que bien llevado podía estar resuelto en un par de horas, a lo máximo tres, hacíamos que durase media jornada. Puesta a punto de la máquina, control de conteo, verificación, ajuste de los sensores, del tornillo del fugilate, análisis de talla, pasa uno, ahora otro, contemos cien, ajusta la entrada, no, no tanta agua, para la bomba, arranca, otra vez el fugilate, mira el lector… ¿Cómo? ¿Qué hay que empezar de nuevo? Ya lo ves, esto del sistema ISO, es que no podemos pasar una. Éste era el primer tanque de los más de trescientos que había en su lista.
Lo habíamos conseguido, le invadía la desesperación y ya se veía pasando el día de Reyes contando peces.
Cuando le dijimos que los pequeños, las larvas, no se podían contar directamente y que deberíamos enseñarle el sistema de estimación indirecta basado en un algoritmo matemático, mediante el cual ajustábamos la cantidad de alimento que les proporcionábamos a un sistema de transformación numérico o… probar a contar un millón, casi se nos desmaya.
Ahora tocaba recuperarlo para la causa.
Llegados a este punto era necesario hacerle ver que, en realidad, todos sus colegas habían acabado aceptando que lo mejor era el método de estimación indirecta y que si se lo explicábamos adecuadamente seguro que podría dar por buenos los números del inventario. Así, con mucha suerte, en un par de días saldado y a casa para Nochebuena. Recuperó la presión sanguínea y algo de color que se nos estaba quedando pálido. Respiró profundamente. Nosotros respiramos. Nos sonrió como diciéndonos: “sois mi salvación”.
Ya lo teníamos encauzado. Ahora tocaba la parte final, la mascarada que ya teníamos preparada.
-Pepeeee, Teresa… traer el listado de conteos, los registros de puesta a punto de la Vaki, las impresiones de paso, el listado de existencias…
-Carlos, el C15 y el C38 que tienen veinte mil contados de ayer, ¿correcto?, enchufa que vamos. Ajusta todo y espera que vea cómo va lo de la puesta a punto. Ya sabes, les dices que esos, eh, que los otros están recién contados y que no se les puede dar tanta caña.
-Dani, Ramonín,  José, los estadillos de alimento vivo. Sí, vale, poned unos rotíferos en un porta y que vea cómo los cuenta Luisón.
-Siiii, también unas larvas, que se lo crea, claro hombre. Venga, vale, un muestreo del L22 con la probeta, tres veces, la media y que vaya con Ramón a rellenar el parte de existencias y que le diga cómo hacemos para estimar que hay quinientas mil larvas en el L02. Si se pone duro, qué le pregunte que si las contamos, ah, y que le cuente lo de la historia de aquel que así lo quiso y lo tuvimos una semana.
-Manolo, Fe, luego iremos a postlarvas, preparar el listado de los piensos, lo que ponemos a cada tanque y que como no sobra nada pues que seguro que hay más de los que decimos. Dejadlos con un puntito de hambre que así verá como atacan.
-¡Cada vez nos los envían más verdes! ¿Qué hace el sénior?
Por “des-contado” que acababa diciendo que “en el inventario no se encontraron desviaciones ni pequeñas ni grandes de lo que en los libros había registrado”.
Juan, que se preparen Eloy, Miguel y José Luis que ahora os lo enviamos a moluscos. Nosotros ya hemos acabado.
Había pasado un día.

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