La vergüenza es considerada comunmente una emoción negativa. Lo que para una persona es una situación vergonzosa, para otra no lo es. Una misma persona puede reaccionar vergonzosamente a unas situaciones y a otras no. Es decir, los factores desencadenantes son externos y son muy subjetivos, pues la percepción y evaluación de la situación es completamente individual y varía también culturalmente.
Esta emoción se ha desarrollado ontogenéticamente algo tarde, y es una emoción aprendida. Algunos autores la describen como una emoción social. Podemos observar cómo situaciones que a los adultos les produce muchísima vergüenza, a bebés y niños pequeños no les genera ninguna. Y curiosamente observar la realización de este tipo de situaciones con naturalidad por parte de bebés y niños, provoca risa y activa el buen humor de los adultos. Nada más gracioso que observar a un bebé rojo como un tomate haciendo ruido al apretar para hacer caca o que ver cómo un niño le da besos en la boca a su hermana pequeña sin pudor alguno. Alrededor de los dos años es cuando a través de observaciones, experiencias e instrucciones de los adultos, los niños aprenden las normas y expectativas sociales, adquieriendo así el sentido de la vergüenza.
Un dato curioso de esta emoción es que es exclusiva de los seres humanos. Para que tenga lugar, deben cumplirse ciertos requisitos cognitivos que los animales no son capaces de alcanzar. Y no, cuando regañas a tu perro y agacha la cabeza no está sintiendo vergüenza, las emociones que experimenta serían en este caso miedo y culpa. (este es el ejemplo que ha surgido hoy en una conversación sobre este tema).
La experiencia de la emoción de vergüenza puede ser muy desagradable, tanto, que las personas guardan con enorme facilidad en el recuerdo aquellas situaciones del pasado en las que esta emoción se manifestó de forma muy intensa. Si te paras a pensar, es posible que recuerdes algún evento en el que te sucedió algo y te quisiste "morir" de vergüenza. Los famosos momentos "Tierra trágame" que todos hemos experimentado alguna vez.
Todos conocemos la mítica situación en la que se está viendo tranquilamente la televisión en familia y de repente aparece una escena "subidita de tono", a la que todos miramos casi sin querer y enseguida se toma conciencia de que tus familiares, así como tú, están mirando también. La situación se torna algo incómoda y es en ese momento cuando tu madre reacciona lanzando al aire un comentario sobre el tiempo, sobre si has terminado los deberes o sobre la decadencia de la televisión hoy en día, que en sus tiempos respetaba el horario infantil. Tampoco es infrecuente el ejemplo de aquel que va al baño y vuelve con un trozo de papel higiénico pegado en la suela, enseñando las braguitas porque la falda se ha quedado enganchada o el que come espinacas y se le queda un trozo del tamaño de una moneda de cinco céntimos decorando la paleta o entre los dientes, luciendo éste públicamente al sonreir y convirtiendo el intento de transmitir una simpática sonrisa, en un pérdida automática de la dignidad.
Algún ejemplo te suena, seguro. Y alguno te ha pasado a tí... sabes que sí.
Las funciones de la vergüenza
Después de este pequeño análisis de situaciones vergonzosas cabría pensar: "¿y para qué queremos entonces tener la vergüenza en nuestro repertorio de emociones?". Pero como todos sabéis, la evolución del ser humano no hace nada en vano e igual que el miedo, la ira o la ansiedad, la vergüenza tiene algunas funciones algo más adaptativas que el mero hecho de pasar un mal rato.
Estas funciones, entendidas desde el punto de vista evolutivo, son muy positivas e imprescindibles para una estable y armoniosa vida social. Así pues, la vergüenza sirve como protección de la esfera íntima del ser humano. En la cultura occidental, determinadas partes del cuerpo se relacionan casi exclusivamente con la función sexual y reproductora, convirtiendo éstas en zonas tabú. Es probable que el objetivo de esta "norma implícita" sea proteger al individuo de contactos sexuales no deseados o de la violación del espacio íntimo de la persona.
Por otro lado, el deseo de evitación del sentimiento de vergüenza puede conducir a un aumento de la motivación de logro, posibilitando en consecuencia alcanzar objetivos anteriormente no alcanzables.
A nivel colectivo, podemos decir que la emoción de vergüenza regula nuestra conducta adaptándola a normas sociales y morales aprendidas y no escritas. La aparición de vergüenza nos haría conscientes de cuándo una norma social o moral ha sido infringida, siendo de alguna forma la experiencia desagradable una especie de "castigo natural". Es así responsable del auto-control.
Otra forma de vergüenza también exclusiva del ser humano es la vergüenza ajena (o pena ajena en Latinoamérica) en el que experimentamos una emoción ligeramente menos desagradable y menos intensa, por una conducta ajena a la nuestra que percibimos y evaluamos como "no aceptada socialmente".
Para concluir el texto, podemos añadir que la vergüenza es un subsíntoma de muchas enfermedades y trastornos, como la depresión, ansiedad y trastorno bipolar, siendo muchas veces la observación clínica de esta emoción indicativa de un posible trastorno subyacente.
Parece ser que la vergüenza tiene bastantes más funciones de las que les podías haber atribuido antes de leer este artículo, y que juega un papel fundamental en la adaptación del ser humano a su ambiente, de modo que no te preocupes por aquel día en el que te caíste por las escaleras delante de todo el colegio o te pillaron copiando en un examen... pues la historia perdurará en el recuerdo pero algo valioso aprendiste de ello, te lo aseguro.
y a tí, ¿Qué situaciones te producen o han producido vergüenza en la vida?
¡¡¡HASTA MUY PRONTO!!!
"No sabe tornar a su dueño la vergüenza que se fue" (Séneca)