Reinaldo Iturriza López
Si usted es de los que piensa que El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte es una obra maestra imposible de igualar, es porque no ha tenido la oportunidad de leerse La era del peronismo, de Jorge Abelardo Ramos, superior al texto de Marx no sólo en extensión, que sería lo de menos, sino sobre todo en profundad analítica. Con el añadido de que, al tratarse de un sistemático y riguroso intento de abordaje de un fenómeno político extraordinario, exuberante y por supuesto pleno de contradicciones, que dejó una huella indeleble en una porción de la Nación latinoamericana, la obra de Ramos tiene una enorme pertinencia histórica para el pueblo venezolano.
De hecho, estoy convencido de que las similitudes entre ambos fenómenos, peronismo y chavismo, que pueden llegar a ser realmente sorprendentes, obedecen en buena medida a que compartimos una misma historia, luchamos por los mismos objetivos y padecemos las mismas imposiciones.
Cuando desde las filas del antichavismo se establece la comparación entre ambos fenómenos, es porque los consideran de la misma manera que lo hiciera en su momento el antiperonismo con el movimiento liderado por Perón: como expresiones no ya tanto de “populismo”, sino como sustentos pseudo-ideológicos de regímenes proto-fascistas.
Ramos les respondía en los siguientes términos: “los intelectuales atribuían fascismo a un país semicolonial y bautizaban como conservador a un movimiento nacional, combatido por los propios conservadores, fascista a un gobierno bloqueado por el capital imperialista. El alumno menos erudito en ciencias sociales, sabe que el fascismo… nació en países imperialistas y que el nacionalismo de tales países es opresivo, mientras que el nacionalismo de las colonias es emancipador. Semejante aberración parecía estúpida. Pero estos intelectuales ilustrados no son estúpidos. Son serviles. Usan las ideas que complacen a los poderes de este mundo”.
En artículos previos me detuve brevemente en esta relación entre peronismo, intelectuales e iletrados, y luego en la relación entre peronismo y la iniciativa política. Esta vez le toca a la burocracia.
Según Ramos, “el más opaco período de la hegemonía burocrática en la revolución peronista se extiende desde 1949 a 1953, en que la revolución parece detenerse y los corifeos conservadores del régimen… actúan libremente. Numerosas medidas administrativas procedentes de la cúspide del poder son neutralizadas por la maquinaria burocrática. Tergiversadas o invertidas, mediante una aplicación mecánica de su sentido original, estas medidas obtenían un efecto contrario al buscado”.
¿Cuáles métodos de “reclutamiento” ponían en práctica los burócratas en la Administración Pública? Escribía Ramos: “Burócratas insignificantes… «peronizaban» sectores de la Administración Pública mediante la inscripción obligatoria al Partido Peronista, nutriendo sus padrones de afiliados nominales que en realidad se convertían no sólo en enemigos mortales de ese partido, sino de todo el movimiento nacional revolucionario”.
¿Para qué funcionaba, en fin, la burocracia? Ramos lo resumía así: “En realidad, la burocracia funcionaba: a) para controlar el conjunto del aparato estatal y servir bien o mal (más bien mal) los fines revolucionarios; b) para someter a esclavitud al propio Perón, paralizar el ímpetu del movimiento y ofrecer una plataforma de apoyo a la reacción contrarrevolucionaria. Parte de la Administración Pública era sórdidamente antiperonista, lo mismo que el magisterio, la justicia y la Universidad. Las auténticas medidas revolucionarias de Perón eran obstinadamente saboteadas por el Partido Peronista y por la prensa adicta. Una resistencia subterránea, a veces visible, se oponía al desarrollo de la revolución. Los sectores burgueses (comerciales, industriales o financieros) que se acercaban al peronismo, no veían sino una oportunidad para enriquecerse rápidamente, mientras murmuraban contra él en los hoteles de lujo”.
Pero este asunto de la burocracia, tan decisivo en cualquier proceso de cambios revolucionarios, exige aún mayor precisión. Puesto que no se trata de cargar contra una abstracción en nombre de la “pureza” militante, habrá que empezar por definir qué entendemos por burocracia. Para ello, un texto de otro imprescindible, John William Cook, Peronismo y revolución, aporta claves inestimables: “No designamos con eso a la persona que ocupa un cargo político o sindical, ni sostenemos tesis puritanas en contra de que se utilicen las ventajas que confieren algunos de esos status… Ni el hacerlo en forma deshonesta es lo que hace merecer el justificativo; el deshonesto es un burócrata, pero el burócrata no es necesariamente deshonesto ni cobarde (aunque ese ramillete de condiciones se suele dar con frecuencia en el burócrata)”.
Aquí lo más importante: “Lo burocrático es un estilo en el ejercicio de las funciones o de la influencia. Presupone, por lo pronto, operar con los mismos valores que el adversario, es decir, con una visión reformista, superficial, antitética de la revolucionaria. Pero no es exclusivamente una determinante ideológica, puesto que hay burócratas con buen nivel de capacidad teórica, pero que la disocian de su práctica, y en todo caso les sirve para justificar con razonamientos de ‘izquierda’ el oportunismo con que actúan. La burocracia es centrista, cultiva un ‘realismo’ que pasa por ser el colmo de lo pragmático y rechaza toda insinuación de someterlo al juicio teórico que los maestritos de la derecha les hacen creer que es ‘ideología’ y que ésta significa algo que no tiene nada que ver con el mundo práctico. Entonces su actividad está depurada de ese sentido de creación propio de la política revolucionaria, de esa proyección hacia el futuro que se busca en cada táctica, en cada hecho, en cada episodio, para que no se agote en sí mismo”.
Para finalizar: “El burócrata quiere que caiga el régimen, pero también quiere durar; espera que la transición se cumpla sin que él abandone el cargo o posición. Se ve como el representante o, a veces, como el benefactor de la masa, pero no como parte de ella; su política es una sucesión de tácticas que él considera que sumadas aritméticamente y extendidas en lo temporal configuran una estrategia”.
Así han sido. Así son.