En recuerdo a Trosqui
Apareció una tarde en la puerta de casa siendo muy joven. Nunca había imaginado que un perro pudiera ser aristocrático y también maricón. Pero maricón con clase. Nos ganó a toda la familia y se enemistó con el resto del barrio. Todo lo que no le oliera a la familia era objeto de sus mordidas por lo que los vecinos acudían con premeditación y planificación a zurrarle cada noche, pero siempre salía airoso de tales envestidas. Era un perro de porte mediano, de cuerpo fibroso, de maneras elegantes, marrón de pelo corto. Era fino hasta el punto de que nunca se le vimos cagar, tampoco nunca supimos donde iba a mear, ya estuviera días encerrado. Tenía normas propias, ninguna impuesta, ninguna atadura, Trosqui –que era como le llamamos- era un aristocrático de buenas formas. Bohemio, nunca pudimos controlarlo, burlaba cualquier cadena o correa que le poníamos, porque su cuello era más ancho que su pequeña y maquiavélica cabeza, por lo que ninguna atadura de perro convencional se le resistía. Era
tan exquisito que jamás le vimos comer, comía –imaginamos- únicamente cuando se quedaba solo. Jamás se abalanzó sobre la comida, como su especie. Era tan celoso de su independencia que saltaba desde varios pisos de altura en busca de su libertad, aunque le costara cojear varios días, era de goma, no se partía. Nos trajo muchos problemas con la vecindad y con los perros de la vecindad. El nunca discutía, todos venían a discutir con él, no era un perro de palabras, del silencio pasaba a la acción. Nunca lo escuchamos ladrar. Tuvimos que colocarle un bozal, pues nos convertimos en habituales del juzgado por sus andanzas, aunque el perro vivía casi siempre en la puerta de casa, los vecinos daban por hecho que era nuestro, no sabían que Trosqui nunca tendría dueño. El bozal no fue para él un freno, se enfrentaba a todos, sin importarle el tamaño del adversario. Nunca retrocedía ante nada. No era porque no supiera quitarse el bozal, combatía y se enzarzaba con cualquier perro incluso con el bozal puesto, creo que para hacernos el gusto y tenernos contentos, pues se lo quitaba cuando le parecía, no importaba todos los artilugios que ideamos (candados, sogas, alambres…) para mantenérselo puesto. Todo le sobraba. Trosqui desaparecía de casa y de la calle cada cierto tiempo y volvía al cabo de las semanas flaco y magullado, se iba de aventuras, nosotros decíamos que se iba de putas, pero un día descubrimos que era maricón, al perro que no mordía se lo follaba. Un día desapareció y no ha vuelto.
Texto: Francisco Concepción AlvarezNarración: La Voz Silenciosa