Fue una muerte pequeña.
Sucedió una mañana en que los días son cortos y acuosos, cuando el aire se torna líquido y las nubes grises son laberintos tormentosos.
Sin amigos, sin testigos, solo, en silencio, apartado de todo, rodeado de frío, cerró por última vez los ojos.
Se convirtió en muerto igual que se había convertido en vivo, por azar, con hambre, sin propósito, con frío, sin nombre, sin mayor sentido.
Nunca fue más que el cadáver de un perro apaleado en un páramo apartado.Texto: Marta Pantiga