Es absolutamente imposible que todos esos millones y millones de personas que se consideran a sí mismas normales no comprendan que, en realidad, están enfermos porque el odio, el rencor, es una enfermedad del alma, porque no se puede odiar tanto y sin motivo a un pobre chico enfemo también con el síndrome de Asperger, al que Dios o la naturaleza han tratado de compensar de alguna manera, concediéndole la facultad de jugar al fútbol como sólo lo pueden hacer los ángeles.
Y la enfermedad del niño, porque siempre será un niño, éste es otro de los efectos de la terrible enfermedad, se manifiesta en cosas tales como en esa especie de desamparo que brota de todo su cuerpo cuando no juega bien, cuando la función para la que todo su ser ha sido formado no se cumple como debiera de hacerse.
Y el chico enfermo no hace, no ha hecho, no hará otra cosa que jugar al fútbol como lo harían los ángeles si éstos existieran y practicaran el deporte rey.
Ese es su pecado, no ha cometido otro, no puede cometerlo porque es absolutamente incapaz de hacer otra cosa.
Parece una persona normal, uno más de nosotros, pero no lo es, no puede serlo porque la normalidad no es compatible con ese don terrible con el que la naturaleza lo ha dotado.
Cuentan que era tan chico como el propio balón y ya su abuela, la única que había comprendido plenamente el milagro, lo seguía por aquellas únicas calles argentinas en las que los chicos apenas alcanzaban la fuerza suficiente para empujar, no se sabe cómo, balones que eran mucho más grandes que ellos mismos, jugaban interminablemente a la pelota.
¿Cómo se puede odiar tanto a un niño así? ¿A qué nivel de degradación moral puede llevarnos un odio semejante?
Porque él siempre será un niño y no hará sino lo único que sabe hacer porque cada uno de nosotros ha venido a este perro mundo a hacer algo, nuestro problema reside en que la mayoría de nosotros no sabemos, no encontramos, no sabremos nunca qué es lo que deberíamos de hacer.
Pero el destino quiso que aquel modesto juego de los niños argentinos se halla convertido en el centro del mundo, poduciendo millones a punta de pala.
Y el capitalismo no ha tenido más remedio que echarle sus redes.
Lo miremos como lo hagamos, es una maldición.
De pronto, aquel niño que era inmensamente feliz jugando con el pelotón que casi era más grande que él, se ha encontrado en medio de una furiosa selva con miles de alevosas emboscadas.
Sin que él pueda comprender por qué, descubre que ya no sólo le critican y le odian porque escupe demasiado o porque vomita Dios sabrá por qué, sino que incluso le odian tanto más cuando mejor maneja la endiablada pelota, cuando por ello, el mundo entero le rinde una extraña pleitesía que él no acaba de entender muy bien.
Y es que los siniestros mercaderes que dominan el mundo han comprobado que este maldito juego engancha como ningún otro a las masas y tienen que encauzarlo para que sirva mucho mejor a sus tenebrosos propósitos.
Y toda la fuerza de la canallesca se ha concentrado en hundir a este pequeño genio enfermo.
Y la artillería está resultando demasiado eficaz para no conseguir su designio: el pequeño dios enfermo que apenas si sabe leer y escribir se ha transformado así en un genio maléfico de las finanzas que ha ocultado a la Hacienda española, ante la cual él se empeña en responder no como otros que ni siquiera sabemos si tributan ni dónde, decenas de millones y está siendo perseguido sañudamente por ello.
Y las hordas de hienas se han abalanzado sobre él ansiosas de sangre.
Y una espantosa cacería se ha desatado, de él se dice, se está diciendo, se dirá que realmente es un genio maléfico que incluso desprecia a sus propios congéneres, los otros niños, aprovechando que uno de ellos intentó saludarlo cuando él ya había pasado, y confrontando la instantánea con la del otro besando a un bebé.
Cualquier motivo es válido para sacudirle, si corre porque está drogado y si tan sólo anda porque está cansado por la disipación de la vida que lleva.
El caso es que el manto de odio generosamente cultivado por una prensa cautiva del canallesco capital está comenzando a alcanzar sus asquerosos objetivos: convertir a un eterno chiquillo en un peligroso delincuente: no hay motivo por el que no se le critique de tal modo que incluso un paciente del síndrome de Asperger comienza a acusar la terrible presión, la insoportable presión.
Y es que esa gentuza de comentaristas, que llena páginas y páginas de los diarios deportivos, hace como que no comprende una cuantas cosas:
1) que ese poder omnímodo que consigue, de ahí lo de El Conseguidor, que se le otorgue gratuiramente la inicua explotación para el almacenamiento de gas de esas enormes cavidades exisstentes en el subsuelo de nuetro levante, exactamente encima de fallas tectónicas susceptible de enormes movimientos sísmicos, sólo por la cara, asegurándole además que el negocio si por estas causas no llega aproducirse será cuantiosamente indemnizado, es el mismo que ordena a sus canallescas huestes que produzcan sus deleznables ataques,
2) que, para un poder tan extraordinario, en realidad auténticamente todopoderoso, que consigue imponer sus particularísimos intereses sobre el terriblemente amenazado interés general, es un auténtico juego de niños conseguir que los organismos competentes de los tribunales deportivos y ordinarios se ceben y aplasten a los que osan oponerse a los designios de estos genios maléficos.