Revista Opinión

Perseguida

Publicado el 24 noviembre 2013 por María Pilar @pilarmore
PerseguidaLa Avenida es una de las calles de entrada y salida a la ciudad dirección norte. Entretenida con la niña en los columpios, una tarde grisácea de  este frío y húmedo mes de noviembre, no me he dado cuenta del paso del tiempo y está anocheciendo. Voy con ella de la mano porque quiere ir andando, siempre quiere demostrar que es mayor de lo que en realidad es. Despacio sigo sus pequeños pasos camino de casa bajo la lánguida luz de las farolas. 
Noto en mi nuca el aliento de alguien que se nos acerca por detrás. Instintivamente aprieto a la niña contra mí y también el bolso que llevo en el hombro. Es una calle poco transitada a estas horas. Me paro, con disimulo miro de reojo a la vez que me agacho para coger a la niña. Se para también, es un hombre. Empiezo a andar más deprisa con la niña en mis brazos, él lo hace también. Siento que está a punto de alcanzarme. El corazón me bombea como un caballo desbocado. Me salgo de la acera a la calzada que es de doble sentido. Pitidos de coches, gestos poco amables de los conductores para que me quite de ahí. Sigo corriendo. La niña en mis brazos me impide hacerlo con la rapidez que la situación requiere. Tengo que volver a la acera para entrar en la plaza donde vivimos. Ahí oigo sus pasos otra vez. El sentimiento de indefensión me ahoga. El viento del norte me hace castañetear los dientes. Ya sabe que le temo y que me tiene en sus manos. No quiero gritar, no quiero asustar a la niña, pero creo que le estoy haciendo daño al apretarla tan fuerte. Casi está pegado a mí, si me vuelvo de repente, voy a chocar con él. ¡Imposible alcanzar la puerta de  casa! Alguien, al que no conozco mucho, viene de frente. Me abalanzo sobre él. Me están siguiendo, le digo.
Los dos vemos cómo se da media vuelta y se aleja un señor fuerte, de unos 50 años, lleva una bolsa vacía de un conocido centro comercial en una mano.

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