Realizado entre 1699 y 1702
Óleo sobre lienzo de 223 X 107 cm
Depósito en otra institución
Un oráculo vaticinó a Céfiso, rey de Etiopía, que se libraría del dragón que asolaba su reino cuando ofreciera en sacrificio a su hija Andrómeda. Perseo, montado sobre Pegaso, salvó a la mujer usando la cabeza de Medusa, cuya visión petrifico al dragón (Ovidio, Metamorfosis, libro IV, 690-700). Como ocurre en otras pinturas de formato vertical, Giordano organiza la composición en dos planos. En el inferior sitúa a la protagonista femenina que con su actitud rechaza la visión del dragón que se dispone a acabar con su vida. En el plano superior y a más distancia del espectador, irrumpe Perseo montando a Pegaso y blandiendo en su mano derecha la cabeza de Medusa, con la que paralizará al monstruo. En ambos planos, el artista utiliza técnicas diferentes. La figura de Andrómeda aparece más luminosa y definida, con un toque característico de pinceladas largas que arrastran la pintura casi seca y que, a veces, como en el paño que cubre su vientre, transparenta su anatomía, cargando más el pincel en las luces, que se superponen sin apenas mezcla sobre paños y carnaciones. En contraste con todo ello, el grupo de Perseo presenta un aspecto mucho más liviano, de rápida ejecución y con abundante uso de la preparación rojiza, sobre la que el artista indica los elementos fundamentales de su anatomía y vestiduras, insistiendo en las luces y en las sombras, que oscurece con líneas negras. Se trata de una pintura rutinaria, protagonizada por la actitud gesticulante e inexpresiva de su protagonista y por su tipo físico, parecido a tantas otras mujeres pintadas por el napolitano. Tampoco resulta convincente su monótona distribución del color, que hoy aparece cubierto por pesados barnices amarillos que acentúan su carencia de relieve cromático. Efectivamente, la pintura aparece dominada por el tono rojizo de la preparación, de la que solo se distingue con claridad la pálida figura de Andrómeda, mientras que las rocas o el celaje se perfilan por medio de livianas pinceladas, que apenas definen sus formas. A pesar de todo ello y a diferencia de lo que se admite habitualmente, se trata de una pintura enteramente de su mano, con numerosos detalles que revelan el talento de su autor y su catálogo inacabable de recursos, como el vigoroso galope del monocromo Pegaso, de color blanco matizado con el rojo de la preparación, con refuerzos oscuros y contorneado con líneas blancas o negras, como las que definen sus patas delanteras, que recuerdan lo mejor de su repertorio.
TEXTO: Web del Museo de El Prado
Ramón Martín