Revista Política
“La mugre acumulada de todo el sexo que practican y de todos los asesinatos que cometen les llegará a la altura de la cintura y todas las putas y los políticos alzarán la cabeza y gritarán: ¡sálvanos!... y yo miraré hacia abajo y susurraré: no.”
"Watchmen" no es sólo un cómic muy particular y con una personalidad que irradia singularidad en todos sus planteamientos, es también una película que, en su adaptación a la gran pantalla, ha captado toda la idiosincracia de su original propuesta en papel. No es un film al uso y, aunque ancla sus puntos de conexión con el género tradicional de superhéroes, mantiene cierta distancia y una clara diferenciación del personaje típico, del justiciero enmascarado unidimensional al que estamos habituados. La galería de habitantes que componen el universo Watchmen está cargada de aristas, de encrucijadas difíciles y, desde luego, de una visión crepuscular del héroe. En su conjunto, el grupo de personajes que aspiran a considerarse como tales, responden a una catadura moral que dista mucho del código tradicional. En realidad hay todo un abismo, hasta el punto de que alguno de ellos podría ser considerado un villano con todas las de la ley, cuando no directamente un psicópata. Ayuda , en gran medida, el telón de fondo, el marco histórico de una época complicada, al borde del abismo nuclear, con dos superpotencias incapaces de establecer un diálogo aunque fuera incipiente. Con un Richard Nixon, casi perpetuo, asistimos a una agitada sociedad que se mueve entre el desencanto y la desesperación de unos convulsos años 70 no tan imaginarios como parece. Ozimandias es una especie de intelectual con mallas, con un concepto superior de sí mismo y con la creencia de que está destinado a salvar un mundo en perpetuo desacuerdo. Su posición moral se sitúa por encima del bien y del mal, hasta el punto de considerar por sí mismo el precio del sacrificio ajeno. Su solución final es lógica, incluso puede que brillante, pero a un precio moralmente inaceptable. El Dr. Manhattan se ha convertido en una especie de Dios y, por esa misma naturaleza, sus sentimientos y emociones están a años luz de la humanidad, de sus miserias y virtudes. Su visión del mundo le ha hecho indiferente al sufrimiento del hombre corriente, estoico ante el dolor o la injusticia. Quizás sea por su exagerada figura hierática por lo que me parece un personaje tan alejado como aburrido. El comediante es directamente un fascista, un asesino cruel, pero también posee la cualidad de aceptar lo inevitable y de convivir con la realidad más evidente. Cuando Ozimandias, demostrando su superior intelecto, quiere salvar al mundo, el comediante le responde que pronto seremos todos cenizas y que él será el hombre más listo del cenicero. Es una visión pesimista del tiempo que les ha tocado vivir. Búho nocturno II y Espectro de Seda II quizás sean los personajes con más equilibrio emocional y, seguramente, los que más responden a la idea de superhéroe tradicional. El primero, con un aspecto muy deudor de Batman, es un hombre honesto, apesadumbrado por los acontecimientos, aburrido por haber dejado atrás su labor de enmascarado, a veces puede parecer algo pusilánime, aunque quizás sea mejor considerarlo prudente. Pero, el mejor personaje de todos es sin duda alguna Rorschach, con un diseño atractivo y peculiar. Su máscara es de un tejido especial que forma figuras simétricas según su estado de ánimo. De ahí su nombre, basado en el conocido test del célebre psicoanalista suizo. Equipado con un sempiterno sombrero y gabardina, parece inspirado en el cine negro, toda una suerte de Humphrey Bogart del cómic. Su infancia fue algo traumática afianzada por su madre, una prostituta que lo despreciaba, marcando su carácter violento y poco dado al sentido del humor y más a la ironía inteligente. En una escena de la película, Búho nocturno y Espectro de Seda recuerdan entre risas a un villano, con tendencias masoquistas, que los acosaba para que le pegaran. Ellos le respondían con indiferencia , hasta que tropezó con Rorschach, quien lo arrojó al vacío por el hueco de un ascensor. En una reflexión, sobre el inminente holocausto nuclear que pende sobre sus cabezas, afirma: "Tiene gracia, los antiguos faraones deseaban el final del mundo, creían que los cadáveres resurgirían para reclamar su corazón de las vasijas doradas. Ahora mismo deben estar conteniendo el aliento de la emoción." En otra ocasión se atreve hasta con un chiste: "Un hombre va al médico. Le cuenta que está deprimido. Le dice que la vida le parece dura y cruel. Dice que se siente muy solo en este mundo lleno de amenazas donde lo que nos espera es vago e incierto. El doctor le responde "El tratamiento es sencillo. El gran payaso Pagliacci se encuentra esta noche en la ciudad. Vaya a verlo. Eso lo animará". El hombre se echa a llorar. Y dice -Pero, doctor... yo soy Pagliacci."En el trascurso de la película Rorschach es detenido y encerrado en prisión. Allí, un psiquiatra intentará escudriñar en el origen de su comportamiento, que considera más una anomalía que una actitud identificativa de superhéroe. Le llama por su verdadero nombre, Walter Joseph Kovacs, y le pregunta cuanto queda de lo que fue, si ha olvidado la persona real que se esconde tras la máscara. La historia que cuenta Rorschach es estremecedora. En uno de sus primeros casos, investigaba la desaparición de una niña de seis años. Gracias a una confidencia, extraída con violencia, llega a una siniestra casa. Mira por la ventana, y observa a unos perros en el jardín trasero, que se pelean violentamente por la posesión de algo que no llama su atención. En una estufa de carbón descubre, medio quemadas, unas braguitas con dibujos infantiles. Inmediatamente vuelve a mirar por la ventana. Lo que descubre le deja atónito. No podemos ver su rostro, pero su máscara refleja la misma expresión que impresionó a quienes estábamos sentados cómodamente en nuestras butacas: el horror en su máxima expresión. Lo que se disputan, de forma visceral, los dos perros es un pequeño hueso en cuyo extremo cuelga el zapato de una niña. Rorschach esperará en la casa hasta la llegada de su inquilino que, una vez atrapado, pide ayuda y que le lleve a la policía. Tras una frase lapidaria, "¡A las personas se les arresta, a los perros se les mata!", nuestro personaje imparte su propia justicia, directa y sin paliativos.
A la pregunta del doctor, sobre qué permanece del hombre que se oculta tras el disfraz, le responde:
"Lo poco que quedaba de Walter Kovacs murió aquella noche con aquella niña. A partir de entonces sólo quedo Rorschach. Verá doctor, Dios no mató a esa niña, la casualidad no la descuartizó y el destino no se la dio de comer a esos perros. Si Dios vio lo que hicimos aquella noche, no pareció importarle." La narración de la historia en primera persona, a través de un flashback estremecedor, nos lleva de la mano al que probablemente sea uno de los momentos más terribles de la historia del cómic y del cine de superhéroes. Ayuda, y de que forma, las dotes interpretativas de un actor poco conocido como es Jackie Earle Haley, dotado de un rostro contundente, poco habitual en el glamuruso Hollywood. No hay que olvidar a los verdaderos autores de la construcción del personaje, el escritor Alan Moore y el artista Dave Gibbons, ni tampoco al responsable de su adaptación a la gran pantalla, Zack Snyder, que supo aprovechar todo el potencial de una novela gráfica de gran reputación, hasta el punto de respetar muchos de sus diálogos y no pocos planos secuencia del original.
Rorschach, un tipo de aspecto descuidado, sucio, casi un indigente, violento, moralista con gran capacidad para el sermón, a veces puritano y ultra conservador, pero honesto hasta las últimas consecuencias, cuando la verdad peligra, quizás porque sea demasiado terrible para ser desvelada. Un enmascarado capaz de defender sus convicciones hasta el final, su propio final.
"¡Jamás me rendiré, ni ante el apocalipsis!"