Me cuesta valorar la película Los Renglones Torcidos de Dios, porque me leí primero el libro. Entre la novela y la versión cinematográfica hay diferencias obvias, como el final, que entiendo que Oriol Paulo tuvo que abreviar para no convertir el proyecto en una mini serie, pero que se pierde mucho de la evolución lógica y más elaborada desde el punto de vista psicológico que aplicó Torcuato de Tena (o ¿quizás era la salida más políticamente correcta de la que disponía en aquella época?). La novela, que se publicó en 1979, es deudora de su tiempo, toda vez que ejerce cierta crítica sobre el sistema sanitario en materia de salud mental de la época, pero también incorpora, con calzador a mi entender, referencias políticas. Alice Gould, la protagonista, ingresa en un manicomio haciéndose pasar por paciente, cuando en realidad busca investigar un supuesto crimen perpetrado en ese lugar. A partir de ahí, se nos describe un sistema cruel para las personas con enfermedad mental ingresadas en instituciones semejantes y se configura un caso, cargado de intriga, en el que la locura real y fingida se confunden.
Pero novela y película ofrecen diferencias sutiles, pero de gran importancia en un análisis sosegado sobre ambas y que echo de menos en la versión cinematográfica. Una de ellas es la facilidad con la que se ingresaba a una mujer en un manicomio (este tema se aborda en toda su crudeza en la novela El baile de las Locas, de Victoria Mas, sobre la que ya hemos reflexionado en este blog), siempre a expensas de las decisiones de un hombre, llámese marido, padre, juez o director de sanatorio. Pero el detalle de la obra escrita que deja patente la despersonalización que sufren las personas con enfermedades mentales es que, salvo la protagonista y el personaje que se considera más cuerdo, el resto no tiene nombre y apellidos. Son seres a los que los motes derivados de sus enfermedades significan, como si ya no hubiera nada más, una personalidad, unos sentimientos, una vida a la que han quitado cualquier brillo de humanidad: "la chica oscilante", "el gigante", "el hortelano" y otros más crueles que prefiero no dejar escritos aquí. Los verdaderos renglones torcidos de Dios son ninguneados por sus congéneres que se suponen sanos y que les niegan su identidad.
En este caso, les recomiendo la lectura de la novela y el disfrute de la película. Aunque lean primero la obra y ya hayan dibujado sus personajes en su cabeza, estoy segura de que disfrutarán de Bárbara Lennie y Eduard Fernández como Alice Gould y Samuel Alvar. Por cierto, parece que hay una versión cinematográfica mexicana de 1983, sería curioso conseguir verla...