La visión es el quinto y penúltimo de los «horizontes de enfoque» que define David Allen en su modelo de 6 niveles de perspectiva. Continuando con la analogía que este autor utiliza para expresar metafóricamente dichos niveles, la visión correspondería a los 12.000 metros de altura en el vuelo de un avión. Por otra parte, la pregunta que caracteriza este nivel es «¿qué aspecto tendrá, cómo sonará, cómo sentiré el éxito a largo plazo?». Y ya aquí nos encontramos con el primer obstáculo para buena parte de los lectores: el concepto «éxito». En la cultura norteamericana, me atrevería a decir que el «éxito» se considera algo bueno per sé. En la cultura española, puede que no tanto. En mi experiencia, son muchas las personas que no solo no aspiran a «tener éxito» sino que en absoluto quieren tenerlo. En su lugar, simplemente prefieren «ser felices».
Como Allen no explica qué es «éxito» antes de emplearlo como objetivo, el planteamiento que hace de la visión pierde atractivo para muchos lectores desde el primer párrafo de este capítulo de «Haz que funcione». Por eso, y a fin de entender el resto del post, te propongo que en lugar de «éxito» pienses en una «sensación de profundo bienestar».
Allen dice que la visión implica centrarse en aspectos que suelen reflejarse o tener impacto en resultados multianuales, es decir, que la visión se refiere al largo plazo, típicamente tres a cinco años o más, si bien es cierto que «largo plazo» significará probablemente cosas distintas para alguien que estudia en un instituto que para una persona jubilada. Otra forma que plantea Allen de entender la visión – la cuál por cierto no comparto en absoluto – es pensar en metas a más de dos años vista y en conseguirlas, como decía antes, con un «éxito inimaginable».
Para Allen, la visión es en cierto modo parecida a las metas y objetivos pero con un par de diferencias. Por una parte, el alcance temporal, ya que la visión se plantea a más largo plazo que las metas y objetivos. Por otra parte, el nivel de detalle y concreción, ya que las metas deben ser algo tangible y operativo, mientras que la visión puede ser algo más genérico y difuso.
En cuanto a la forma de abordar este nivel, Allen plantea trabajar la visión realizando un ejercicio de imaginación del tipo «¿qué te ves haciendo dentro de cinco años?». Su enfoque incorpora un matiz creativo, a modo de tormenta de ideas, con preguntas encaminadas a ampliar perspectiva y explorar alternativas, como por ejemplo, «¿qué ocurriría si…?». En cierto modo, se trata de imaginar y describir «¿qué?» ocurre en un futuro ideal, dejando el «¿cómo?» en manos de las metas y objetivos del nivel anterior.
Con relación a cómo empezar y con qué frecuencia llevar a cabo este tipo de ejercicio, Allen es bastante flexible y yo comparto su planteamiento. Para algunas personas tendrá sentido convertirlo en algo más o menos regular, como por ejemplo una revisión anual, mientras que para otras tendrá sentido realizarlo cuando las circunstancias, generalmente de cambio profundo, así lo aconsejen. Por otra parte, si en algún momento de tu vida has hecho un programa de coaching, es probable que tengas bastante bien definida tu visión.
Lo que parece evidente es que, con frecuencia, una de las mejores formas de ver con claridad el futuro más cercano es levantar la vista e intentar ver con claridad un futuro más lejano. De hecho, en determinados momentos, alzar la vista y contemplar la vida a largo plazo es la mejor forma, cuando no la única, de recuperar la motivación y el impulso para seguir avanzando.
La parte que más me gusta de este capítulo de Allen sobre la visión es la última, cuando afirma que «el futuro es ahora». Como bien explica el autor, el gran valor de las metas y las visiones no es tanto el futuro que describen como los cambios que generan en el presente. Esto es así porque el simple hecho de imaginar el futuro afecta a nuestra percepción y ello a su vez condiciona la forma en que accedemos a la información y la filtramos. ¿Y qué ocurre si percibo información distinta? Pues que muy probablemente tome decisiones distintas de las que habría tomado en caso de no disponer de esa información. Y claro, decisiones distintas suelen, a su vez, dar lugar a resultados distintos.
De todos modos, para que todo esto tenga utilidad, es muy importante «aterrizar» estos ejercicios como la visión o las metas, en acciones concretas y realizables. Si te limitas a imaginar el futuro sin traducirlo en acciones y realizarlas en el presente, difícilmente vas a avanzar hacia ese futuro. En otras palabras, si ahora no haces cosas al respecto, mañana no vas a alcanzar la meta o la visión que deseas.
Al margen de todo lo anterior, esta forma de trabajar la visión es francamente mejorable en mi opinión, ya que, en cierto modo, lo que nos sugiere Allen es un ejercicio muy creativo pero con poco sentido. Imaginar por imaginar puede ser muy divertido pero me cuesta entender cómo ayuda a mejorar nuestra efectividad. Para mí, y para otros colegas expertos en efectividad, la visión útil es la que resulta de proyectar el propósito hacia el futuro, a través de nuestras áreas de enfoque y responsabilidad. Dicho de otro modo, se trata de generar un futuro con sentido a partir del presente, describiendo qué tendría que ocurrir en cada una de esas áreas entre las que hoy repartimos nuestra atención para experimentar en cada una de ellas la sensación de profundo bienestar de la que hablaba al principio del post.
Por eso, si a «Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva» de Covey se le criticaba que la parte «operativa» de su método era poco útil y aplicable, las críticas que recibe el «Getting Things Done» de Allen sobre la parte «estratégica» de su metodología me parecen igualmente merecidas. El intento está ahí, y es de agradecer, pero puedo afirmar con poco riesgo de equivocarme que la mayoría de los usuarios de GTD han pasado por alto la parte de perspectiva del método porque no han llegado a encontrarle utilidad. Y eso es una pena, porque la perspectiva es imprescindible para desarrollar nuestra proactividad y la proactividad es un componente indispensable de la efectividad.
En resumen, el nivel «12.000 metros»:
- Contiene el futuro ideal que deserías alcanzar a largo plazo, lo cuál incluye información sobre su aspecto, sonido y los sentimientos que en ti produce dicho futuro.
- Sirve para acercar tu realidad a tus deseos, ya que el ejercicio de contemplar el futuro modifica nuestra percepción y, con ello, nuestras decisiones y nuestros resultados.
- Se revisa para obtener perspectiva, motivarte y ganar el impulso necesario para completar las acciones que te conducen a dónde quieres llegar.
- La perspectiva que nos ofrece es una perspectiva a largo, típicamente de tres a cinco años o más.
Para terminar, y aunque esto no lo dice Allen, mi recomendación es revisar este nivel después de tener claro el propósito, que veremos en un próximo post, y siempre en conjunción con las áreas de enfoque y responsabilidad.
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