Dijo Robert Englund, al recibir el premio Maestro del Fantástico en Madrid, que A Nightmare on Elm Street es una película "primitiva" que sin embargo resiste el paso del tiempo como King Kong (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933) y El Mago de Oz (Victor Fleming, 1939). Creo que no le falta razón.
Inscrita en un subgénero que nació gastado, el slasher con psycho thriller, no cabe duda de que la película de Wes Craven mantiene gran parte de las características más parodiadas de este tipo de películas: jóvenes no demasiado inteligentes -¡Johnny Depp!- interesados en el sexo, que acaban acuchillados salvajemente. En este sentido, no es demasiado diferente de Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980). Pero lo que me gusta de la saga de Freddy Krueger es que encuentra una justificación dramática para la famosa -y deliciosamente inverosímil- ubicuidad del asesino. Jason Vorhees aparecía donde no se le esperaba porque sus películas son un artefacto hecho para asustar que no atiende a una lógica narrativa que en definitiva, estorba. Pero Freddy aparece donde le da gana porque sigue las reglas de los sueños, que son, en esencia, lo más parecido al lenguaje cinematográfico. Wes Craven se da cuenta de esto y lo aprovecha para que Freddy se convierta en una figura metamórfica y omnipresente: sus brazos se estiran de forma grotesca, puede adoptar la imagen de cualquiera, aparecer en una pared, sacar la lengua por un teléfono o salir de dentro de una bañera. Craven tiene ya la intuición de lo que puede llegar a ser Freddy -en las secuelas se convierte en una especie de cartoon infernal- pero aquí probablemente le limita el presupuesto, unos efectos especiales toscos y que el director siempre se toma sus obras muy en serio. Precisamente, si en las posteriores películas de la saga resulta fácil tomarse a Freddy casi en broma, al revisar Pesadilla en Elm Street puede sorprender la crudeza de los asesinatos, que todavía no han alcanzado el nivel de retorcida imaginación de posteriores entregas.El otro elemento que diferencia a Pesadilla en Elm Street de otras películas similares, es que es una historia sobre la culpa y la venganza. Freddy busca vengarse de los que le mataron a través de sus hijos. Esto genera una suerte de conflicto generacional que no está presente en otras películas del género, como la propia Viernes 13. Aquí, los adolescentes tienen que sufrir las consecuencias de los pecados de sus padres.