“Un pesimista es aquel que cuando huele flores, se gira buscando el ataúd”
Me encanta esta definición y últimamente me he encontrado con varias personas que responden perfectamente a esta definición.
Independientemente de que a veces comparta la visión crítica que los trabajadores tienen de su empresa, en ocasiones la lectura que algunos hacen de determinados hechos no deja de sorprenderme…
Hace poco en un curso en el que la empresa preparó para la pausa-café unas bandejas con pastas y mini-bocadillos, un participante comentó a la vista de tales tentaciones gastronómicas: “nos quieren comprar”…
¿Imagináis qué debe suponer trabajar 8 horas al día al lado de una persona que ve el mundo así? Debería contemplarse como una causa de baja laboral!
Sinceramente, a parte de que en mi opinión, el precio sería realmente ofensivo, me sorprendió la seguridad con la que interpretaba un simple detalle por parte de la empresa como un ataque más.
Yo no me considero una persona positiva por naturaleza (aunque nadie me cree cuando lo digo!) ya que mi lado “peliculero” me lleva a ver peligros y fatales desenlaces donde las posibilidades de que así ocurra son mínimas. Pero una cosa es la naturaleza y la otra el ejercicio casi obligado de buscar el lado o enfoque positivo que a diario me planteo.
No somos conscientes de hasta qué punto e incluso sin querer, influimos en las visiones ajenas. Contagiar la percepción negativa de todos los gestos que nos envuelven, a parte de acercarnos a la paranoia, me parece una irresponsabilidad. Y si encima utilizamos una reunión como vehículo para trasladar esa visión, ya es de juzgado de guardia!.