
héroe perdido de mirada penetranteRetengo solo dos cosas: me dijo que Werner Herzog era un fascista. Me dijo también que todo estaba en el siglo XII. Con estas dos y otras cuatro o cinco observaciones más, anotadas rápidamente en un papel, mientras Peter Berling buscaba la guarnición, intenté pergeñar un encuentro para la Gangsterera. Ese papel estuvo durante años sobre mi mesa. Aún tuve ocasión, en 2016, de pedirle disculpas a Zeki por no haber llegado a componer ni siquiera un retrato mínimo de aquel breve encuentro con Peter Berling.

Es un enorme placer encontrar a Peter Berling, y a la vez despedirse de él, en estas páginas que son el compendio de todo su vasto y arcano universo. Así como en Aguirre o la cólera de Dios se había dejado la piel por llevar a su destino de saga la lancha de Herzog y Klaus Kinski por el Amazonas, en su última novela la flamante limusina de Max Wittacher se desplaza por el Amazonas de los años 30, entre canciones de Marlene Dietrich, bailes de Josephine Baker, páginas de Ernst Jünger, estatuas de Arno Brecker, edificios de Oscar Niemeyer, olimpiadas en Berlín, el Salón Kitty, el notorio burdel regentado por Katharina Zammit que guardó los secretos de los jerarcas nazis, la locura del tercer Reich en el poder.
En contraposición, la tranquila pensión de Carcasona frecuentada por Otto Rahn, en pos de los cátaros y el secreto del Santo Grial, tras las huellas de Alfred von Eschenbach y su Parzival. Las sobremesas del “Café Románico”, el imán de Wewelsberg (el Montségur nazi).El relato esotérico subyacente a los 13 años de auge y caída del tercer Reich tuvo uno de sus momentos epifánicos en España: aprovechando el encuentro de Hendaya entre Franco y Hitler, Himmler se desplazó hasta Montserrat, convencido de que era allí donde Otto Rahn había encontrado el Grial.Todo esto está maravillosamente contado a varias bandas: desde la tercera persona, el diario del propio chófer, Max, que denomina a su diario, justamente, “Stupor”, las cartas. Berling ya sabía lo que era contar una narración épica y ya sabía lo que era contarla en 13 años. Desde las prímeras búsquedas del Grial por Otto Rahn, cuyos textos fascinaron a Himmler, hasta la inmolación de Rayner Heydrich a manos de la resistencia checa en 1942, no faltaron en los 13 años del Reich avatares de un relato secreto, guiado por una alucinación cercana a la de Aguirre. Es ese relato alucinado el que cuenta Berlíng: y es quizá su encuentro privado con el Grial, antes de partir.Con las primeras luces de 2018, se empezó a sentir de menos su presencia caudalosa entre las mesas del restaurante del arco de San Calisto, en Roma, donde concibió muchas de las páginas de su pentalogía del Grial. Había llegado a Roma en la estela de Fellini (esa generación salvaje que se estrenó en La Dolce Vita), y ya nunca la abandonó.Aunque me había dicho que todo, absolutamente todo, estaba en el siglo XII (ese siglo que había empezado a poblar su cabeza desde que trabajase con Liliana Cavani para una película inspirada en Francisco de Asís), algo quedaba también para los años 30 del siglo que le había visto nacer.Cerré el libro agradeciéndole secretamente que hubiera puesto el Grial entre mis manos. Ramón García
