

Surcar los cielos nocturnos de la ciudad a impulsos de la telaraña de Spiderman, o rociados con los polvos mágicos de Campanilla, aplastar a Garfio o a Electro o al Buitre bajo el peso de nuestra agilidad, casi etérea y de nuestro ingenio, casi grávido, son los privilegios de los que crecimos con Peter Parker y Peter Pan… y nunca maduramos.